Cierto que la compañía cinematográfica fundada por nuestro querido Walt ha llevado a la gran pantalla obras maestras.
Pero al otro lado del charco se encuentran también grandes animadores, dibujantes y directores. No sólo en países de Europa, sino también en Asia. Miyazaki nos ha traído cuentos extraños, pero bien dirigidos y cargados de simbolismo, de temas relacionados con el medio ambiente, los valores internos de cada cual y la lucha por nuestra supervivencia.

"El Viaje de Chihiro", merecedora de un Óscar a la Mejor Película de Animación y versión japonesa de "Alicia en el País de las Maravillas", es uno de ellos. Su título tiene doble significado: no sólo es una aventura dentro de una tierra plagada de dioses, espíritus, brujas, y otras criaturas inusuales (como unas simpáticas bolas de hollín con vida propia); también nos narra las experiencias de una niña que trata desesperadamente de salvar a su familia. Con los retos que se le presentan, adquiere coraje; y se convierte, al final, en una persona madura.
Como bien han indicado algunos comentaristas, es un viaje hacia la madurez.

Cabe destacar el personaje del Sin Cara. Es una metáfora de la corrupción. Rodeado de un ambiente cargado de hostilidad y avaricia, se llena de maldad y atrae a todo el que pueda con oro que él fabrica. Y cuanto más consume todo lo que le sirvan, más quiere tener y consumir (alegoría de la codicia y la gula). Chihiro, la única persona que no puede comprar al ser una persona inocente, es la clave para mostrarnos que un ser, por muy malvado e irremediable que parezca, puede resultar ser el producto del trato de una desfavorable sociedad y transformarse en alguien humilde.

Y la música, compuesta por Joe Hisaishi, seduce y llega a un punto en que nos puede hacer derramar lágrimas.
Una película que yo aconsejo ver, al igual que "La princesa Mononoke" (que trata sobre la hostilidad entre el ser humano y la naturaleza) y "El castillo ambulante" (que va sobre la guerra y la deshumanización del hombre).