Si usted está interesado en pormenorizarse sobre la personalidad del psicópata le propongo dos opciones: el mejor tratado de psiquiatría que consiga o ver esta serie.
Thomas Hobbes parte de la premisa “el hombre es el lobo del hombre”. Entonces cada individuo cede sus derechos a defenderse por sus propios medios, a una instancia que llamamos estado, el que dicta regula y hace cumplir las normas a las que decidimos ajustarnos. Esto traza una línea divisoria, de este lado el bien del otro el mal.
Ahora bien sucede en la serie que un individuo entiende que esto es arbitrario y decide correr esa línea. Entiéndase bien, no me refiero a NO respetar las normas sino modificar algunas.
Por ejemplo considera que si “yo le doy a alguien lo que me pide y el otro me da lo que le pido, no estoy violentando ninguna ley.
Otro ejemplo: dice “la edad del consentimiento sexual es un capricho… de una moral mal entendida”.
Por su puesto esto es posible para alguien que puede esconderse detrás de una vida de hombre respetuoso y respetado, encumbrado en la sociedad que lo rodea.
Pero ¿a quién entonces semejante confesión? A un lobo herido, que lo podría atacar pero no puede, por herido o para ser exacto, enjaulado. A alguien que considera su imagen en espejo. A qué me refiero. Alguien que tiene impulsos semejantes pero que su conciencia ha podido enmarcarse (relativamente) en la ley, para decirlo en otras palabras pudo “NO pasar al acto” y he aquí la gran diferencia que los separa a pesar de sus similitudes mentales.
En suma, una excelente serie plena de matices y lejos de aquellas en que los buenos son siempre buenos y los malos siempre despreciables. Una pintura del psicópata como pocas y con actuaciones perfectas.