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Voto de Luis Guillermo Cardona:
7
Drama Un verano radiante en la Riviera francesa. Cécile (Jean Seberg), una adolescente difícil y malcriada, ve con disgusto la relación entre su padre (David Niven), un atractivo y mujeriego viudo, y Ann (Deborah Kerr), su amante. El temor a perder el cariño de su padre y los celos que le inspira Ann, la llevarán a hacer todo lo posible por separarlos. (FILMAFFINITY)
31 de agosto de 2015
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Había nacido con el nombre de Françoise Quoirez, el 21 de junio de 1935, y pertenecía a una familia burguesa de la que heredó, exactamente, los mismos intereses. Le gustaban los buenos licores, las playas, los autos veloces, el sexo descomplicado… y sobre todo el ocio que, para ella, era una oportunidad para leer a Marcel Proust (de uno de sus personajes tomaría luego el apellido Sagan), a André Gide, Albert Camus… y sobre todo a Jean-Paul Sartre. Su primer trabajo lo realizó, cuando tan solo tenía 18 años, para la revista Elle en la que publicó una serie de reportajes sobre las ciudades italianas que ella titulaba ‘Bonjour, Napoli’, ‘Bonjour, Venise’, ‘Bonjour, Rome’… El título le quedó gustando, y al escribir su primera novela con algo, o quizás mucho, de autobiográfica, la tituló: “Bonjour, tristesse” y consiguió publicarla el mismo año 1954.

No he leído la novela, pero lo realizado por Otto Preminger, uno de los directores más afortunados y persistentes en la adaptación de libros exitosos, me convence bastante, sobre todo por la sinceridad de Cécile (el alter ego de Sagan) personaje que no oculta en ningún sentido sus gustos e intereses, al tiempo que es capaz de reconocer el inmenso error que se puede cometer por una mala interpretación de la palabra libertad.

El filme está lleno de nostalgia, y la alegría que los personajes desbordan en aquella casona al borde de una playa en el Mediterráneo, se empaña cada tanto con la tristeza que embarga a Cécile, quien vive “rodeada de un muro invisible de recuerdos de los cuales no logro deshacerme”.

Descubierta por Otto Preminger, quien, entre una larga lista de aspirantes la seleccionara para “Santa Juana”, Jean Seberg tiene aquí su segunda gran oportunidad… y los franceses quedarían tan encantados con ella y viceversa que, pronto la tendríamos protagonizando un buen número de producciones que empezarían con “A bout de soufflé”. Curiosamente, también en el filme parece haber algo de la fatalidad que rodeó la vida de la actriz, aunque, políticamente, su posición con respecto a la de la escritora era bastante contraria.

También resulta curioso que siendo, Preminger, uno de los grandes rompedores con las obstrucciones morales de su tiempo, de pronto, la novela de Françoise Sagan lo hace sentir que la rienda (en lo moral) de la sociedad de los años 1960, se está soltando más de lo que debería, y entonces se suma a la firme creencia de que, cuando hay exceso de libertad, se cae fácilmente en el libertinaje.

Magnífica Deborah Kerr, como la gran dama que entiende de mesura, de protección, de buen ejemplo… y mucho mejor manejado este personaje por Preminger, pues logra que, como espectadores, nos contagiemos -como otros en la historia- de repulsa por ella, pues todo lo vemos desde la perspectiva de Cécile quien, con su soltura y atractivo, consigue arrastrarnos a creer en sus prejuicios.

Por su parte, David Niven, es el promiscuo, libidinoso y superficial padre de la chica, de quien Preminger insinúa una probable atracción incestuosa con su hija, que puede deducirse de los besos que le da en la boca, mientras no estuvieron en presencia de Anne.

Después, hay otro detalle bastante diciente, que da cuenta de los escasos escrúpulos y de lo fácil que se aleja la tristeza en ciertas clases sociales, pues hay recursos para sacarse sin dificultad las espinas.

“BUENOS DÍAS, TRISTEZA”, nos deja bien plantada una necesaria lección.
Luis Guillermo Cardona
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