Se pregunta uno, ¿cómo puede ser que, en un país como Grecia, que daba tanta importancia a la cultura y que exaltaba el arte del bien hablar como señal inequívoca de nobleza, se forjara un monte Olimpo con tantas deidades y profetisas? La explicación, en parte al menos, creo que podría estar en ese gran poeta llamado Homero, cuyos elocuentes y fantásticos escritos se convirtieron, desde el siglo V o VI a. de C., en los principales textos escolares y en la lectura favorita de aquellos griegos que anhelaban el conocimiento.

Tuvieron que haber sido hombres de espíritu literario y no de iglesia los que, ante la ausencia de conocimientos probos sobre el origen del universo y sobre las fuerzas que dominan a los hombres, desbordaran aquella creatividad y fantasía que dio vida a Zeus, Poseidón, Atenea, Hermes, Calipso… y tantos otros dioses a los que, por siglos, se les rindió culto.

Y lo que alguna vez imaginamos con la lectura del clásico de Homero, es ahora un puñado de hombres de espíritu cinematográfico quienes, encabezados por el director ruso Andrei Konchalovsky, magnifican y nos hacen visible aquel mundo imaginario donde el gran rey, Ulises (Odiseo), ayudado por Atenea, secundado por Hermes y Eolo, y reconfortado por la irresistible piel de ébano de Calipso, hace acopio de su gran fuerza de voluntad y de su inmenso amor por la leal Penélope, y se empeña en vencer la ira de Poseidón quien, para castigar su improcedencia, lo somete a retos imposibles para cualquier hombre normal. Ulises necesita aprender algo de humildad y de realidad objetiva, y Poseidón se tomará con él los años necesarios para que aprenda la lección.

A mi manera de ver, dos detalles argumentales empañan esta gran aventura: Primero, no convengo con lo que dice Anticlea, en su aparición ante Ulises luego de suicidarse: “He acabado con el sufrimiento de mi vida”, porque en mi entender, la calma jamás llega al espíritu de quien renuncia a luchar. Y después, esa masacre en la propia casa de Ulises me resulta de pésimo gusto pues, ha de quedar para siempre malsana por justa que pueda parecer la ejecución.

No obstante, los estupendos efectos especiales; las magníficas criaturas salidas de la tienda de Jim Henson; la certera fotografía de, Sergei Kozlov, captada en excelentes locaciones de Malta y de Turquía; y la siempre efectiva música de, Eduard Artemiev, hacen de, <<LA ODISEA>>, un entretenimiento seguro, una aventura esplendorosa, y una obra de arte que bien merece una larga permanencia.