Al siglo XX podríamos llamarlo El siglo de la libertad: La Unión Soviética se liberó del zarismo; China se sacudió a los ingleses y demás potencias que la tenían subyugada; Vietnam expulsó a los franceses y a los estadounidenses; los países aliados acabaron con el fascismo y el nazismo que estaban llevando su terror al mundo; la India derrotó al imperio británico en la lucha más ejemplar que haya ocurrido en la historia de la humanidad; Cuba sacó de su tierra a los EEUU; los nicaragüenses terminaron con Somoza; Argentina puso fin a la dictadura militar; Chile enterró a Pinochet; Suráfrica desmanteló el apharteid… y hasta Marruecos venció a Francia y se declaró república independiente.

El cine, como es habitual, cuenta con algunos guionistas y/o realizadores que, cada tanto, se prestan para suavizar, tergiversar o reformar hechos históricos que, con su nueva manera de presentarlos, pretenden que la opinión pública sea engañada y de esta manera se limpie la imagen de algunas potencias en cuestión.

En la década de 1950, en la Marruecos dominada por Francia-España, se estaba gestando un movimiento nacionalista, pues las derrotas causadas a los colonizadores años atrás, tenían ya preparado el terreno para reclamar la independencia… que por fin se daría en el año 1956. Ante estos hechos, 1954 era un buen momento para sacar a la luz alguna propaganda en la que se mostrara lo queridos y generosos (¿?) que eran los franceses con el pueblo y con los líderes marroquíes, y así surge el libro “Échec au destin” (1950) de Francis D’Autheville, y con él la película “SAADIA”, escrita, producida y dirigida por Albert Lewin, un cineasta que tuvo su buen momento cuando decidió adaptar “El retrato de Dorian Gray” y “Bel Ami” e incluso cuando él mismo escribió una conjugación de las leyendas de "Pandora y el holandés errante", que él mismo llevó al cine.

Pero, con esta cándida aventura (naïf la llamarían los franceses), en la que se rinde culto a la personalidad de un médico parisino (un lánguido e incómodo Mel Ferrer), quien está dispuesto al sacrificio para traer la ciencia y la modernidad a ese pueblo marroquí que "todavía" vive de la brujería y que fácilmente cae víctima de la peste bubónica, Lewin comenzó a poner fin a su carrera, porque pasó de ser un buscador filosófico y un intelectual solvente, a un mercenario vendedor de moralina para atrapar incautos.

Cornel Wilde resulta la clase de Caid-pura-bondad, rendido ante la “santidad” del médico a quien incluso está dispuesto a dejarle a la mujer que él ama fervientemente. Por su parte, Rita Gam como la bella y combativa Saadia, sabrá elegir lo que su alma le dicta y dará ejemplo de la clase de berebere que tenían las fascinantes tierras del Sahara. Éste, un punto positivo, en un filme que nada en aguas tan ligeras que enseguida se les ve el fondo.