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Voto de Luis Guillermo Cardona:
10
Drama Un joven escritor inglés viaja a Creta para tomar posesión de una pequeña propiedad que ha heredado. En el viaje conoce a Zorba, un hombre de carácter vitalista y de costumbres primitivas, que ejerce sobre él una gran influencia. (FILMAFFINITY)
11 de febrero de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿De qué le sirve a un hombre decir que es cristiano, budista o musulmán, si cuando sale de la iglesia, abusa, roba o se toma la justicia por su mano? ¿De qué le sirve a un hombre persignarse y rogar a Dios, si lo que va a hacer enseguida va en contra de su mandato? ¿De qué le sirve a un hombre vestir con prendas que lo identifican como siervo de Dios, si su ejercicio diario está cargado de odio, oportunismo e inmoralidad? Ante los ojos de Dios, mil veces mejor luce el ateo que vive con transparencia y dignidad, que el hipócrita que se ufana de su fe, pero piensa, dice y hace todo aquello que no agrada al Creador.

¿Por tener ideas que se asemejaban a éstas, era, Nikos Kazantzakis, un ateo? No. Era un inconforme. ¿Por tener un definitivo descreimiento de una iglesia que habla de Dios, pero traiciona a Dios, era un hereje? Renegar de la iglesia y/o de la idea que ésta difunde de Dios, no es, necesariamente, renegar del Padre Universal. ¿No creer que los que se autonombran o son nombrados por una iglesia non sancta, sean los verdaderos representantes de Dios, es descreimiento de Dios? ¡En absoluto! El hecho de que yo no confíe en algunos de mis hermanos, no significa que no confíe en mi Padre.

Kazantzakis creía en el Padre y en su hijo Jesús, y su fe ¡era tan inmensa!, que no cesaba de escribir sobre la manera como las iglesias, y la humanidad, traicionaban sus nombres. Lo que se aprecia en sus libros y en las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de ellos, es su inmensa inconformidad acerca de la contradicción enorme que suele haber entre el predicar y el hacer; entre el ir a misa y el ejercer la tolerancia y el perdón; y la que también existe entre ser devoto y practicar el odio, y ser escéptico, pero a la vez respetuoso y generoso.

“Alexis Zorba”, novela que publicara en 1946, con una marcada influencia de la filosofía nietszcheana, se nutre también de su experiencia en un monasterio donde pasó todo un semestre ávido de acercarse a Dios. Su temática central, apunta a mostrar el comportamiento de dos hombres: Alexis Zorba, griego, políglota y todero, el cual se convierte en empleado del anglo-griego Basil, un hombre que ha vuelto para regentar su tierra y explotar una mina que abandonó varios años atrás. Ambos, son “escépticos”, y su manera de relacionarse y de interactuar entre sí y con los demás, va a estar en contradicción con los habitantes de aquella región -Piraeus-Creta-, donde las tradiciones culturales siguen como en los primitivos tiempos de Cristo, y los hombres continúan aplicándolas como si nada debiera cambiar… aunque el mismo Jesús, al que aparentan seguir, ya las había cuestionado y censurado.

El director, Mihalis Kakogiannis, consigue una lúcida adaptación -el guion como siempre de su autoría- logrando crear un perfecto ambiente de paradoja entre lo que parece justo, pero no lo es, y lo que pareciera reprobable y quizás no lo sea en absoluto. Hay escenas que son arte puro y que nos golpean en todo el plexo solar y hasta en el núcleo del alma, como cuando la viuda es objeto de la más crasa ignorancia o cuando Madame Hortense es visitada por los “cuervos”. También hay espacios para la sonrisa, cuando Zorba aflora su satisfacción con la vida o cuando el “tonto” del pueblo hace de las suyas… y para no perderse, aquellos momentos en que la filosofía más atinada ocupa su sitial, para preservarnos vivos sin enloquecernos… o la locura -paradójicamente- se hace paso para permitirnos sobrepasar todo lo que vemos. Zorba lo dice muy bien: “El hombre tiene que estar un poco loco para cortar la cuerda y ser libre”.

Magnífico, Anthony Quinn (Zorba), recreando a un ser espontáneo y festivo, con esa filosofía de vida que no se aprende en colegios, ni universidades, ni iglesias, sino entre la gente de aquí y de allá, de arriba y de abajo, joven y vieja. Alan Bates (Basil), el hombre sensato que, entendiendo que hay culturas rezagadas en varios siglos, no obstante, se siente impedido de negarse al amor que, con pureza, surge en su corazón. Irene Papas, la viuda cuyo sino en esta vida pareciera ser el desamor; y Lila Kedrova (Madame Hortense), la extranjera ávida de afecto en una cultura que pareciera denegarle sincera compañía.

Kazantzakis-Kakogiannis-Quinn: Una sinergia intachable.
Luis Guillermo Cardona
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