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Voto de Luis Guillermo Cardona:
7
Comedia Siglo XVII. Cuando Jennifer, acusada de brujería, está a punto de ser quemada en la hoguera, lanza una maldición sobre su acusador: todos sus descendientes serán infelices en sus matrimonios. En 1942, Wallace Wooley, al tiempo que se presenta como candidato a gobernador, está preparando su boda con la presumida de Estelle Masterson. Un rayo golpea el árbol junto al cual fue quemada la bruja y ésta cobra vida. Desde entonces, intentará ... [+]
21 de octubre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una mujer no sabe de tolerancia algo le falta de mujer, porque la tolerancia, aunque es patrimonio de todos, es esencialmente femenina. Cuando una mujer no sabe de perdón, tiende a perder lo más valioso de su vida, porque el perdón es sinónimo de entendimiento y sabiduría. Cuando una mujer no sabe ser bella y sencilla a la vez, será admirada, pero a la vez despreciada, y esto traerá a su vida irremediables pesares.

Jennifer, la magnífica bruja de esta película, sabe de estas cosas, y cuando su padre la incita para que mantenga la tradición de maldecir hasta la eternidad a todos los descendientes de Jonathan Wooley -el verdugo de ambos en tiempos de la perversa Inquisición- ella, como hermosa y digna mujer, siente que es capaz de revalorar las viejas tradiciones. Sobre todo, porque es tan idiota, absurdo y desquiciado, juzgar a un hombre por lo que hicieron sus padres, sus abuelos o sus tatarabuelos, como pensar que un hombre vale más que otro sólo porque el color de su piel es distinto.

Se lamenta que un hombre tan culto como René Clair, diera por sentado que fueron, efectivamente, brujas y brujos capaces de montar en escobas y manipular objetos y personas, quienes fueron torturados y llevados a la hoguera en el Salem del siglo XVII, pues bien se conoce ya la historia verdadera colmada de infamia, mentiras y abusos.

Pero, si logramos sustraernos a esto, se tiene ante los ojos un filme que divierte, que cuenta con un compacto grupo de intérpretes y que juega con situaciones bastante divertidas. Me encanta la escena de la pretendida boda con la soprano que trata de interpretar, incesante e interrumpidamente, “I love you Wooley”. Me divierten ciertos diálogos bastante socarrones como cuando Daniel, el padre de Jennifer, le dice: “Maldecirle para que le vaya mal en el matrimonio es una estupidez. A todos los hombres les va mal en el matrimonio”. Y los efectos especiales, no obstante lo modestos que resultan ahora, preservan ese halo de encanto y poesía con que los ha revestido Clair para dar forma a su fantasía.

Es seguro que quienes vieron, “ME CASÉ CON UNA BRUJA”, por aquellos años 40’, de seguro se sintieron más fascinados de lo que podemos sentirnos ahora, y una buena razón, debe haber sido la sugestiva presencia de esa Barbie rompecorazones llamada Veronica Lake. Para nosotros, en cambio, se preserva ese gusto por el buen sentir y la capacidad de trascender un anclado paradigma que, por varios siglos, mantuvo en el atraso a una que otra cultura.

Si puedes, mira esta película acompañado de alguna hermosa bruja.
Luis Guillermo Cardona
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