En el tribunal se está llevando a cabo un juicio entre los Montekugerl y los Capulethofer… y luego de escuchar los alegatos de parte y parte (léase gritos e insultos… por suerte inaudibles porque estamos ante una película silente), el juez dicta sentencia con gran sabiduría y utilizando una sencilla paradoja… aunque no parece seguro que las cabezas de estas necias familias la hayan entendido. Les dice: “Unos y otros tienen razón porque ninguno tiene razón”. Les obliga a pagar entonces los costos procesales… y así comienza la fuerte rivalidad entre las dos familias que habitan dos granjas colindantes, y luego, bueno, ¡ya ustedes saben lo que pasa cuando entran en escena, Julieta, la hija de los Capulethofer y el hijo de los Montekugerl, Romeo, dispuestos a romper con las absurdas tradiciones y a amarse libremente…

Pero lo que aquí pasa, subvierte lo por todos conocido que saliera de la pluma del gran dramaturgo inglés William Shakespeare, pues, exceptuando la rivalidad y el romance de la pareja, todo lo que sucede en este mediometraje –realizado en los años de “escuela práctica” del director Ernst Lubitsch- es una versión, optimista, conciliadora, y en un simpático tono de comedia que, sin ningún reparo, se permite romper con lo ya establecido y pre-supuesto.

Con una actriz muy atractiva, Lotte Neumann (Julieta), a la que es evidente que el director alemán tenía en alta estima por la manera sobresaliente como la incluye en los créditos, y con Gustav V. Wangenheim como Romeo, el filme cuenta también con un guión libre de Lubitsch y su habitual colaborador Hanns Kräly, los cuales ni siquiera se molestan en darle el crédito al genial dramaturgo, porque lo que hacen con su obra es más un homenaje divertido que una adaptación.

Se deja ver fácilmente, y hasta con los más pequeños, este "ROMEO Y JULIETA EN LA NIEVE" pues descarta cualquier acto de violencia explícita, y con personajes un tanto caricaturescos, todo no es más que una suerte de parodia, que bien puede ser el abrebocas de una matiné doble un día domingo.

Creo que, con este pequeño pero simpático filme, Lubitsch pretendía hacer un llamado a la cordura y a la paz, porque entre las cosas absurdas que se daban en la humanidad de aquellos años (¿?), es que dos familias se odiaran generación tras de-generación, sin siquiera tener bien claro que es lo que ocurrió el mal día en que empezó la bronca. Por suerte, me da la impresión de que ya esto, entre familias, va quedando atrás. Ahora el odio es masivo y entre religiones... lo que significa que la insensatez se multiplica. Y así no debe ser.