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Voto de Luis Guillermo Cardona:
8
Drama Raúl Tréllez, dios del mugre, el único, el irreparable, un reciclador enajenado por la terquedad, la libertad absoluta y los caramelos, está empeñado en lograr con sus pocos conocimientos e improvisados dispositivos, que la duración de la luz roja del semáforo pueda ser controlada por él, el tiempo que quiera, para poder montar actos más largos entre malabaristas, lisiados y vendedores ambulantes y otros habitantes de un cruce de ... [+]
9 de enero de 2012
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo comienza de manera muy diciente: Un enorme trancón vehicular colmado de sirenas de ambulancias… Un reciclador que, sentado en cualquier calle de Bogotá, tenía esta imagen en su mente… El estrecho cauce de una quebrada que circula entre los tugurios que habitan los desheredados… La vuelta a casa en la que, limpiándose los zapatos, el reciclador pisotea la imagen de tres de nuestros -por entonces-, más cuestionados gobernantes (Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe y Andrés Felipe Arias. Este último ahora en la cárcel por los manejos del Agro-ingreso seguro)… Y enseguida, una gran maqueta con un esquema de semaforización de sofisticada apariencia que, sabremos luego, es el gran sueño de este chocoano llamado Raúl Tréllez, quien guarda la esperanza de conseguir retener los semáforos en rojo, para dar así más tiempo a los artistas de la calle (la sociedad del semáforo) de poder hacer dinero con el cual sobrevivir.

Cientos, quizás miles de improvisados artistas circenses: malabaristas, equilibristas, estatuas vivientes, escupe-fuego… (a los que se suma otro inmenso número de vendedores informales, y discapacitados de todo tipo), salen a las calles de nuestro país cada día, se ubican en un semáforo de abundante flujo vehicular, y toda vez que éste se cambia a rojo, hacen su espectáculo frente a los vehículos con la esperanza de que, los conductores, les regalen luego una simple moneda. Es una labor hecha a veces con descaro, pero honrada y difícil para la mayoría de ellos, además de que tienen que padecer el asedio policial y el maltrato de ciertos conductores que, con miradas o palabras cargadas de desprecio, los tratan como parias.

Pero, en un país donde mucho se pregona y muy poco se hace, y donde, por cada peso que se invierte en obras sociales, no menos de cinco van a parar a los bolsillos de la burocracia, la falta de oportunidades laborales es enorme y el pueblo se ve forzado a acudir a trabajos informales donde, cada tanto –llevado por la angustia y la injusticia-, termina saliéndose de sus cabales.

Significativo debut del director Rubén Mendoza, quien, con claro conocimiento y objetividad, consigue recrear la vida de estos marginados, capaces algunos de muchos actos indecentes, pero con mayor capacidad aún para ser solidarios, para sobreponerse a todas las adversidades, y para demostrar lealtad al amigo en los peores momentos. Queda plasmada la indiferencia del Estado frente a esta creciente problemática y el papel indecoroso que desempeñan algunos miembros de las instituciones llamadas a ejercer la justicia.

La impecable fotografía de Juan Carlos Gil, esa ambientación casi neorrealista que describe con exactitud el lado de sombra de nuestras grandes ciudades, esos cantos salidos de desgarradas y emocionadas gargantas, y ese puñado de personajes que consigue sensibilizarnos con sus actuaciones sencillas y naturales, pero que lucen salidas del corazón, hacen de “LA SOCIEDAD DEL SEMÁFORO” un filme importante y muy significativo.
Luis Guillermo Cardona
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