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Voto de Luis Guillermo Cardona:
8
Drama Hoy se crían sin ley en la calle. Mañana estarán en el corredor de la muerte. El Padre Edward Flanagan (Spencer Tracy) se propone romper ese ciclo maldito y entrega su vida y su fe a crear una escuela para chicos marginados que se convertirá en todo un modelo de esperanza. (FILMAFFINITY)
29 de enero de 2013
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En varias ciudades del mundo existen, ahora, instituciones para niños llamadas, La Ciudad de los Muchachos (Boys Town). Este nombre se originó, en 1917, cuando el sacerdote, Edward J. Flanagan (1886-1948), tras haber fundado en Omaha, Nebraska, EE.UU., una casa para niños sin hogar donde apenas cabían unos cuantos, sus aspiraciones crecieron, y con deudas y la ayuda de grandes amigos, consiguió trasladarse a un buen terreno de 80 hectáreas con capacidad para 500 jóvenes, llamada, entonces, Boys Town.

Nacido en Irlanda, y emigrado a los Estados Unidos de Norteamérica a la edad de 18 años, el cura Flanagan, tuvo desde muy temprano la sensata idea de que no bastan las oraciones, pues, se necesita una actitud pragmática para poder resolver los graves problemas sociales que aquejan a cualquier sociedad; y fue la presencia de un amigo entre rejas, la que lo haría caer en cuenta que, la delincuencia juvenil tiene su origen en un ambiente social plagado de carencias de todo orden.

Sin pretensión alguna de que tuviera parecido físico con el cura Flanagan (ni siquiera usó los anteojos que éste usaba), Spencer Tracy consigue, eso sí, recrear a un personaje carismático, de sólido carácter, y con suficiente fuerza emocional para desenvolverse con eficacia entre los pequeños. Un segundo premio Oscar (el primero lo recibió por, “Captains Courageous”), compensaría un esfuerzo que fue muy bien acogido por el público y que no tardaría en motivar una segunda parte de la historia.

Mickey Rooney, como el rebelde y desadaptado, Whitey Marsh, “el único chico al que –dirá Flanagan- no he sido capaz de llegarle al corazón”, y en especial, Bobs Watson como Pee Wee, complementan muy bien a, Tracy, bordando un par de ejemplares juveniles que consiguen dejar huella en nuestros corazones. La historia nos da suficientes razones para comprenderlos… para conocerlos… y para llegar a quererlos contra todos sus devaneos. Pero, me quedaría corto si no mencionase a, Henry Hull, quien, como el filántropo Dave Morris, nos merece el más simbólico abrazo.

Se le abona a este grato filme del director, Norman Taurog, esa capacidad de permitirnos llegar al corazón de los chicos, mostrándolos en sus virtudes y falencias; en sus potenciales y debilidades, y sobre todo, en esa capacidad de responder al afecto y a la responsabilidad que alguien, un día, demuestra hacia ellos.

Eddie Flanagan, construye una ciudadela ejemplar, sin vallas de ningún tipo que impidan que un chico pueda irse cuando quiera hacerlo; delega en los muchachos gran parte de la autoridad de la institución, nombrando un alcalde cada año y entregándoles diversos cargos administrativos; y entre otras cosas -aunque hace parte de la iglesia católica-, garantiza la libertad de cultos y fomenta la oración espontánea. Esto lo convierte en un hombre abierto que, como es de esperarse, cosechará unos cuantos detractores, entre ellos, el director del principal periódico de la ciudad, empeñado en demostrarle que, cualquier interés en los delincuentes juveniles, es “pura basura sentimental”.

Pero, por fortuna, Eddie Flanagan es un hombre de ideas claras: “El mejor método de reforma social es la redención de la juventud inadaptada” y la piedra angular de su pensamiento es bien precisa: “No existe, en realidad, un solo muchacho auténticamente malo”... y gracias a este sentir y a sus denodados esfuerzos, muchos jóvenes en riesgo de perdición, son ahora personas muy dignas y productivas en la sociedad americana.

Título para Latinoamérica: CON LOS BRAZOS ABIERTOS
Luis Guillermo Cardona
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