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Voto de Luis Guillermo Cardona:
7
Comedia Don Gresham (William Holden), un joven y apuesto soltero, conoce a Patty O'Neill (Maggie McNamara), una aspirante a actriz, en el Observatorio del Empire State Building de New York. Entablan una agradable conversación y deciden ir a cenar, pero una tormenta arruina sus planes. Cuando se disponen a comprar comida para cenar en el apartamento de Don, entra en escena David Slater (David Niven), un vecino que se muestra tan encantado de ... [+]
15 de julio de 2015
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Joseph I. Green (1890-1965) fue un tristemente recordado hijo de Philadephia, EEUU, criado en un hogar de estrictas reglas católicas, y por supuesto, formado en colegios religiosos donde las reglas eran también un común denominador desde que se levantaba hasta que se acostaba… pudiendo, sólo en sueños, ser un hombre libre como tanto deseaba. Su educación le sirvió para desempeñarse como reportero en el Servicio de Extranjería… se casó… y pronto entró a trabajar en la oficina de Will H. Hays, donde pudo aplicarse como el nuevo censor, jefe de la PCA (Production Code Administration), en buen castellano: Código de Censura de la Producción Cinematográfica, la cual funcionaba con las excesivas, ultraconservadoras, y en apartes, ridículas reglas que el deplorable Hays, había redactado algunos años atrás.

La presencia de Green en este escenario significó que, desde el 1° de julio de 1934 hasta 1954, fecha de su retiro definitivo de la PCA -cuando fue reemplazado por Geoffrey Shurlock-, innumerables películas de alto valor fueran suspendidas durante su rodaje; otras tuvieron que ser total o parcialmente re-filmadas; muchísimas fueron recortadas luego de su estreno; e incontados guionistas se vieron abocados a reescribir… o a ver totalmente tergiversados sus textos originales.

Algunas de las frases del deplorable código rezaban (los paréntesis son nuestros):
-Las escenas de pasión no pueden ser introducidas mientras no sean esenciales en la trama (Cuando eran esenciales lo decidían ellos y sino... ¡Tijera!).
-Excesivos y lujuriosos besos no serán mostrados (Lo que para el director podía ser un dulce beso, para Green podía resultar vulgar y pecaminoso. ¡Tijera!)
-¡Diablos!, ¡Hijo de perra!, ¡Maldita sea!, y otras expresiones vulgares y profanas (virgen, preñada, seducción, amante… según se les antojara) están totalmente prohibidas.

Acérrimo defensor de la libertad, y como nosotros, con marcada repulsa ante la hipocresía de una nación que fomentaba la guerra, invadía países, sostenía y asesoraba las más atroces dictaduras, mancillaba a los negros, indios y demás minorías raciales… y enseguida se mostraba moralmente ofendida porque en una película alguien decía, ¡mierda!, el director Otto Preminger –defensor además de los perseguidos durante la Caza de Brujas a quienes cada que pudo empleó en sus películas-, adaptó la corrosiva obra de F. Hugh Herbert, “La Luna es Azul”, que había sido un éxito en el teatro, y con intencionada aspiración de acabar de una vez por todas con el mojigato y ridículo código, violó todas y cada una de las reglas que citamos arriba, incluyó una buena dosis de aquellas palabras prohibidas, y demostró que, perfectamente, podían aplicarse en una historia tan moral, digna y edificante como la que más.

“LA LUNA ES AZUL”, es una historia de amor, dulce y divertida, en la que, una muchacha virgen cuyo mayor logro ha sido participar en un comercial de cerveza, decide acompañar a su apartamento a un hombre mayor que ella, tras haberle conocido en una tienda y después de empatizar con él en el mirador del edificio Empire State, donde estuvieron luego. Una tercera persona, el suegro del arquitecto, y luego una cuarta, la novia de este último, entrarán en escena para bordar un simpático enredo amoroso, con el que se desnudará la hipocresía, se demostrará que, cuando se quiere, la dignidad es defendible en cualquier parte, y que un beso efusivo puede darse sin por ello perder la virginidad.

Infortunadamente, se vuelve imprescindible contextualizar esta película en su particular momento histórico porque, de lo contrario, puede llegar a causar cierta decepción.

Gratas actuaciones de Maggie McNamara (quien estuvo también un tiempo en la temporada teatral) como la locuaz Patty O’Neil; David Niven, el suegro picarón; y William Holden como el cazador cazado, Donald Gresham.
Luis Guillermo Cardona
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