Tiene algo de atemporal la película de debut de Dominic Cooke. Pese a que el director inglés se esfuerza en remarcar las distintas épocas por las que atraviesa la historia, la indefinición que plana por la película va impregnando el texto y unos personajes que se diría han salido de cualquier relato de hace un par de siglos.

“En la playa de Chesil” sufre del mismo problema que muchas películas basadas en novelas. Esto es, tener que reducir la historia que se cuenta a la mínima expresión, intentando captar su esencia, dejando a no pocos personajes secundarios abandonados a su suerte. Y, en esta ocasión, está claro que ni Ian McEwan (autor de la novela original y encargado de guionizarla) ni Cooke han sabido salir airosos de tamaña empresa. Si los personajes secundarios son despachados con un par de apuntes, la pareja protagonista se ve afectada por falta de fuerza y capacidad de empatía. En realidad, parecen personajes desdoblados, con una personalidad distinta si se encuentran juntos o se mueven solos en su entorno. De esta manera, resulta muy difícil al espectador verse mínimamente reflejado en lo que les ocurre, lo que deja el relato herido de muerte. Todo parece un vano intento por acercarse al universo de un Tenesse Williams, pero Cookie no es Elia Kazan ni Richard Brooks, y la pasión y el nervio que estos transmitían en sus imágenes, aquí brilla por su ausencia. Muy al contrario, el tedio y lo absurdo acaban por ganar la partida de un melodrama que parece querer tapar a base de fragmentos musicales su falta de emociones.

Lo mejor: la raíz de la que parte se antoja muy interesante.

Lo peor: que su director se muestre tan incapaz de insuflar sangre a la historia.