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Voto de Natxo Borràs:
7
Drama Cuando el convento está a punto de ser clausurado y las monjas dispersadas, a una de las hermanas se le ocurre una idea salvadora que puede devolver el bienestar a la comunidad. (FILMAFFINITY)
6 de noviembre de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Miguel Picazo (director que tan solo rodó solo cinco largometrajes y que sorprendió a todos con la adaptación de Unamuno “La Tia Tula”) rodó “Extramuros” en 1985 su otra gran película y última de su carrera, ya en unos años que el cine en España se sometia a un tratamiento de calité y Picazo era, junto con Saura o Borau, uno de los pocos cineastas con veteranía pero de confianza con quién había de contar con el resurgir del “nuevo cine español” y que no bastaba con la prresencia de nuevas caras como las de Fernando Trueba, Pedro Almodóvar o Fernando Colomo.

“Extramuros” está ambientada en los convulsos años del reinado de Felipe II de la casa de Austria, en el siglo XVI, en un convento de monjas. En ese marco jerárquico y religioso, la hambruna, la sequía y la pobreza precipitaba a la entrega forzosa de la Fe a Dios como probable camino a una Salvación que si no se perpetuaba se reivindicaba en un doloroso encierro moral y poco piadoso. La necesidad de sobrevivir con egoismo al miedo del exterior donde el pueblo se flagela con la penitencia se convierte en el verdadero credo y conflicto espiritual en los muros del convento, como un recocijo ajeno a la cruda realidad.

Basándose en la novela de Jesús Fernandez Santos, que obtuvo el premio Nacional de Literatura en 1978 con su novela , Picazo (que confesó que el libro pasó a manos de otros directores como Luis Buñuel o Ingmar Bergman) trabajó mano a mano con el escritor madrileño en los bocetos de un guión que, pasado a la gran pantalla, se convirtió en una claustrofóbica como sobria puesta en escena donde las dos monjas protagonistas (fantásticas Mercedes Sampietro y Carmen Maura, entregadas a una relación que mezcla afectividad y amor semilésbico) simulan un milagro para que no sean despojadas de las paredes de la institución que las ha acojido.

En una rara catarsis de conversión mística y dolor, el principal estigma radica en una engaño perpetrado con el fin de preservar antes al individuo al espíritu, delito inconfesable en unos tiempos en que la Inquisición aún reinaba con mano firme.
Natxo Borràs
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