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Voto de El Darto:
4
Drama En la isla de Tahití, en la Polinesia Francesa, el Alto Comisario de la República, De Roller, representante del Estado francés, es un hombre calculador de modales impecables. Tanto en las recepciones oficiales como en los establecimientos ilegales, no deja de tomar el pulso a una población local cuya ira puede despertarse en cualquier momento. Y más aún cuando un rumor se instala: parece haberse avistado un submarino, cuya presencia ... [+]
8 de septiembre de 2022
123 de 154 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la única pregunta que surge en mi cabeza tras haber visionado Pacifiction.

¿Es arte? Desde luego que sí. El cine se compone de una serie de técnicas destinadas a estimular nuestros sentidos, provocar una reacción en nuestra mente y animarnos a reflexionar. Es un ente diseñado para ser admirado, diseccionado y finalmente asimilado como algo más que simples imágenes en movimiento.

Pues bien, Pacifiction es arte, creo que nadie puede dudar de eso. Su director cuida cada plano con una obsesión que se me antoja casi enfermiza. La fotografía, los encuadres, la elección de colores, la banda sonora… Todo está diseñado de tal forma que resulta imposible pasar por alto la enorme factura artística del conjunto. Quizás para algunos resulte excesiva o pretenciosa, pero ese debate también forma parte del arte.

¿Es un medio a través del que transmitir una idea u opinión? Desde luego, el cine tiene ese poder “adoctrinador” (entiéndanse las comillas). Los creadores buscan verter sus reflexiones, inquietudes o intereses a través de lo que se refleja en la pantalla, mostrar su particular forma de entender un pedacito de este mundo, o simplemente de dar forma a lo que pasa por sus cabezas.

Una vez más, Pacifiction cumple con este propósito, aunque el mensaje pueda atraer en mayor o menor medida al espectador. La visión de la política y sus oscuros entresijos en contraposición a la belleza salvaje de un paraíso lejano no es una mala reflexión sobre el papel, más allá del interés que pueda suscitar en cada uno de nosotros.

¿Y qué más? ¿Qué más forma parte de la idiosincrasia del cine?

La capacidad de contar una historia.

Esto parece algo básico, la función primaria del cine es llevar a los personajes del punto A al punto B, zarandearlos un poco por el trayecto y conseguir que el espectador los acompañe a través de todo ese proceso. Sin historia no hay película, sin historia solo nos encontramos frente a una sucesión finita de imágenes que sugieren ciertos conceptos. El arte no sirve de nada por sí solo, pero funciona como una parte indispensable de la narración, potenciándola y al mismo tiempo valiéndose de ella. Lo mismo sucede con las ideas que se intentan transmitir, si no están asociadas a una historia, serán ideas vacías sin capacidad para dejar poso alguno en el espectador.

¿Tiene Pacifiction una historia? Evidentemente. En la película hay personajes, hay un guion y hay una trama. El problema es que la historia es tremendamente mala, tiene un desarrollo tan pobre que la trama se difumina entre planos grandilocuentes, el guion hace aguas a través de monólogos interminables y los personajes se pasean por la pantalla como si no acabasen de entender qué se espera de ellos. Lo mismo le sucede al espectador, que no sabe qué esperar de lo que está viendo. Y tanto es así que, tras una hora de idas y venidas, uno pierde todo el interés en dichos personajes. Cuando se acerca el final de la película, el espectador solo espera que la tortura finalice (casi tres horas, por cierto), pero el destino de esos hombres y mujeres le es del todo indiferente.

Dicen algunas críticas que esta es una de esas películas en las que hay que dejar de “pensar” para centrarse en “sentir”. El problema es que sentir no es algo voluntario, sino algo que debes experimentar de forma espontánea. Si la película no estimula los sentimientos del espectador no es un problema del espectador, sino de la propia película.

Querido Albert Serra, tal vez debería haber probado usted con la pintura, o como publicista de una agencia de viajes. Le recomiendo su película a cualquiera que no pueda permitirse viajar a Tahití, pero aconsejo a todo potencial espectador que acude al cine con paciencia y tras haber descansado correctamente. De lo contrario, más le vale ponerse cómodo en su butaca y dejar que el sueño le haga “sentir” lo que la película no puede.
El Darto
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