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Voto de Francesca:
8
Drama Un verano radiante en la Riviera francesa. Cécile (Jean Seberg), una adolescente difícil y malcriada, ve con disgusto la relación entre su padre (David Niven), un atractivo y mujeriego viudo, y Ann (Deborah Kerr), su amante. El temor a perder el cariño de su padre y los celos que le inspira Ann, la llevarán a hacer todo lo posible por separarlos. (FILMAFFINITY)
15 de noviembre de 2013
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que no pare la fiesta. Para Raymond y su hija Cécile (Jean Seberg), la vida es risas y fiestas. Pero la diversión lleva a la tristeza, viene a decir el filósofo Spinoza, porque hacemos depender nuestra alegría de algo externo, no de una fuente o cualidad interna. Por ello, solo cultivando la razón, lo que nos pertenece, conseguimos la verdadera alegría, una fuerza que potencia nuestro ser. Ahí está Anne para ilustrar este punto de vista de Spinoza (trasladado al contexto y época de la película, claro).

Abundando en el lado filosófico, el ocio no lleva necesariamente a la felicidad. El ocio es necesario como contrapunto al trabajo, pero sería vano pensar en hacer tanto esfuerzo con el único objetivo de divertirse, cuenta Aristóteles en la Ética a Nicómaco (“ocuparse y trabajar por causa del entretenimiento parece necio y trivial (…) entretenerse de momento para luego esforzarse en la vida estaría bien, porque, en ese caso, la diversión no sería más que un descanso, porque no es posible el trabajo continuado (…) En consecuencia, el descanso no es el fin en sí mismo sino que tiene que lugar a causa de una actividad anterior”. Libro X).

De todos modos, tiene sentido darle una interpretación filosófica, porque es justamente la asignatura que Cécile ha suspendido y que se niega a estudiar ese verano, convencida, de todos modos, que los diplomas no son necesarios y que encontrará a un marido que la mantenga…

No hay un atisbo de introspección por parte de los dos personajes (por lo menos al principio y en cualquier caso, jamás hablan de lo verdadero entre ellos). La parte crítica a este mundo agradable, pero desprovisto de verdadera sustancia podría consistir en ser sincero con los propios sentimientos. Lo digo porque lo opuesto al ocio no es necesariamente el trabajo o el estudio, sino la autenticidad, el saber hablar de tú a tú sin engañarse ni engañar.

La película empieza con la preparación de Raymond y Cécile para salir. Cécile baila con un amigo, que le propone las diversiones habituales: caballo, juego, veladas, etc. Ella asiente, pero tiene un aire triste y luego empieza el flashback, remitiéndonos al verano en que ella (¿y él) perdió la inocencia.

Y la inocencia se pierde cuando la vida te coloca en tu sitio. Cécile y su padre seguirán en su misma senda, aunque algo dentro de ellos se ha roto, pero han firmado un acuerdo tácito, de no hablar de lo que ocurrió ese verano. El divertimento se ha convertido en una rutina. Si antes se podía interpretar como una huida de ellos mismos, ahora, no deja de ser una huida que esconde tristeza. De ahí el contraste entre el título y lo que muestra.

Jean Seberg, joven, suelta, pizpireta y seria cuando hace falta; David Niven, perfecto en su rol de seductor, frívolo y encantador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Francesca
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