Hay una cierta tendencia en el cine patrio a exagerar o cargar los argumentos de películas que tienen un gran poderío visual. Ocurría con productos tan solventes como Los sin nombre o Darkness, ambas de Jaume Balagueró o en algunos tramos de El maquinista de Brad Anderson. En Hierro, ópera prima de Gabe Ibañez, pasa exactamente lo mismo. Parte de una premisa sugerente, aunque harto vista, para avanzar incierta y acabar en un final un tanto incoherente y artificioso. Es innegable que la película posee una factura brillante y una impronta visual con cierto estilo que allana el camino para futuras proyecciones del género, pero también es cierto que a la obra le falta vida, le falta garra, que en muchas ocasiones se siente distante.