Si quieres ver un rosario de lugares comunes...
Y de todo, o casi todo, lo que hace rato se supo que no se debe hacer en el rodaje de una serie policial...
Pues entonces, Epitafios. Y estoy hablando de su primera temporada, porque no creo tenga posaderas para la segunda.
Esos lugares tan comunes: asesino maquinando sus jugadas con música de ópera de fondo.
Pareja de policías que más disparatada no hay, con uno enloquecido y otro que más tonto no puede ser.
Muertes que en las pelis de hace sesenta años ya eran intragables, como esa de provocar un pinchazo en los neumáticos del carro de policía y luego el policía que muere atropellado.
Y luego esa fuga tan mal concebida del asesino en la casa de la psicóloga. Varias de las soluciones pecan de ser muy torpes, recuerden toda la secuencia del aeropuerto, que se desencadena tras -oh, milagro de la originalidad- ¡quedarse sin gasolina el auto de los polis!
Muchachos, vean The Wire y luego rehagan todo.
Pero lo peor es que se le despojó a los diálogos de ese sabor a calle y esa chispeante inteligencia que suelen poseer los dramatizados y pelis argentinas -vean si no las series Okupas o El puntero o Los machos o las de Graciela Maglie de los noventas, son sólo unos cuantos ejemplos-. Encartonaron el guión y todos terminan recitando parlamentos sin gracia ni originalidad alguna.
Con todo, le doy un Regular por no rabajarla a Mala. ¿Por qué? Por Cecilia Roth. O por Julio Chávez. O quizás porque es, al final, HBO. Y esas sí son palabras mayores.