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Voto de TOM REGAN:
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Drama
Un niño de la comunidad romaní es internado en un hospital psiquiátrico y experimenta el programa nazi de eutanasia. Consciente de lo que está ocurriendo y muy unido a sus amigos, el chico intentará sabotear el programa. (FILMAFFINITY)
8 de septiembre de 2017
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
188/24(29/08/17) Interesante film germano realizado por Kai Wessel que indaga en otra de las vertientes aterradoras del nazismo, el programa de programa de "eutanasia", se llevó a cabo bajo el nombre de "Acción muerte por compasión", eufemismo con el que el régimen hitleriano pretendía acabar con el material “defectuoso humano”, lo enfermos crónicos, los enfermos psíquicos, los minusválidos, los inadaptados sociales, adelantándose en el tiempo al exterminio del Holocausto judío, e incluso prolongándose más allá de la caída del Tercer Reich, llevándose a cabo en “sanatorios”(hospitales y geriátricos) mediante varios sistemas que se fueran “perfeccionando” conforme surgían problemas, se estima que más de 200.000 fueron asesinados, primero gaseados en primer lugar. El transporte correspondiente también sirvió como una prueba "a pequeña escala", la posterior exterminio viajes de la muerte, cuando se hizo público, llevó a la población a protestas, luego envenenados, y al final “eliminados” mediante una dieta nutritiva 0. La cinta se basa en la novela homónima de 2008 del periodista Robert Domes, guionizado por Holger Karsten Schmidt, siendo el centro del relato la historia real de un niño, Ernst Lossa, perteneciente a la minoría étnica yeniche (pueblo semi-nómada europeo de origen incierto), alrededor veremos el horror de la rutina de la muerte, de cómo es maniobrada por aquellos que debieran salvaguardar nuestro bienestar, los médicos y asistentes. Relato de tintes humanistas, con momentos atractivos, pero que en conjunto adolece de falta de intensidad, resultando algo lenta y por momentos aséptica, pues una cosa es no ser maniquea y sensiblera y otra rozar la frialdad, pues denota cierta redundancia, estancamiento, esto derivando en restar poder emocional. Como curiosidad los pacientes psiquiátricos eran extras de la Clínica Warstein.
En 1944 (el 5 de mayo) Ernst Lossa (Ivo Pietzcker), joven de 13 años de la comunidad itinerante yenish, es enviado a la institución en Augsburg, al hospital psiquiátrico Sargau, dirigido por el Dr. Werner Veithausen (Sebastian Koch), no porque tenga aflicción alguna, sino porque su viudo padre (Karl Markovics) no tiene domicilio fijo. Tendrá importancia en el relato los enfermeros Hechtle (Thomas Schubert) y Edith Kiefer (Henriette Confurius); la combativa hermana Sofía (Fritzi Haberland); la joven epiléptica Nandl (Jule Hermann).
Una narración que radiografía un hecho poco tratado en cine como el mencionado programa de eutanasia para el “material humano irrecuperable”, lo hacen indagando no en el militarismo (no aparece un solo uniforme, apenas simbología nazi,…), en el salvajismo explícito, en la violencia, introspecciona en lo que puede ser un epítome de la población civil alemana un hospital, donde los funcionarios actúan cual máquinas obedientes y eficientes, totalmente asentimentales, robots ataráxicos sin emociones que creen en su misión, simplemente porque es lo que les mandan sus superiores, tanto que al final no saben ni distinguir y se muestran “más papistas que el Papa”, ayudando a perfeccionar el “sistema (asesino)”, y encima creyéndose “civilizados”, cual idiota que cree que los caníbales se han domesticado porque se comen la carne humana con cuchillo y tenedor y no a mordiscos (con veneno mezclado con zumo de frambuesa, o la E-Dieta eufemismo de comida hueca,…), como demuestra el director del hospital protagonista (Veit Hausen), todo por contentar a sus amos, no dudando en asesinar a niños, ancianos o a quien les venga en gana, cual pequeños Dioses con el poder de decidir quién debe vivir y quien morir. De cómo el nazismo inundó no solo el pan-nacionalismo, la tiranía política, el racismo, la xenofobia, la intolerancia religiosa, viralizó la medicina, pervirtiendo su sentido sanador hacia el darwinismo espartano, donde solo los fuertes y sanos tienen derecho a vivir, de cómo este estrato corporativo pude ser envenenado con unas ideas nauseabundas, de raíces incluso que se apoyan en un capitalismo salvaje, pues estos enfermos le cuestan mucho al estado es mejor eliminarlo en favor de la mayoría sana, y así la economía estar más sana (redundancia, ya lo sé).
Esto sirve al realizador para mostrarnos la hipocresía en que vivía parte de la sociedad alemana en este oscuro tiempo, de cómo mostraban un máscara amable tras la que se escondía una rostro de villanía descarnada. Wessel muestra gradualmente este averno asesino, al principio en pequeñas dosis, en sugerencias subliminales, enmarcándolo en un entorno afable, de cuidadores aparentemente cariñosos y cordiales, hasta que se destapa que este sanatorio es en realidad un edificio de exterminio, donde los más indefensos se encuentran abocados al siguiente plan letal. Se cuida de no mostrar el tránsito de la vida a la muerte, muestra la antesala, pero no como mueren, dejando que este apartado sea formado por la mente del espectador, esto puede sea para no ser manipulador emocionalmente o para sea accesible a un mayor público, pero al final incide en que este terror nos resulte distante, higienizado, esterilizado, esto aminora la maldad que se cierne sobre estos escuadrones de la muerte. Todo bajo la visión de la limpia mirada de un niño que realiza un veloz despertara la madurez forzada por el hábitat podrido en que subsiste, acentuada esta ruptura con lo infantil con lo que es el primer amor.
Film asimismo con efluvios a la magnífica y bizarra “Freaks” (1932), por lo de un ecosistema plagado de personas con defectos físicos, siendo en realidad lo que muchos pudieran llamar en su cerril mentalidad “Monstruos”, cuando en realidad los verdaderos monstruos son los supuestos sanos. Destacar al personaje de la enfermera monja Sophia (Fritzi Haberlandt), brújula moral del relato, la única adulta contestataria, suponiendo una oda al cristianismo como elemento humanista que nos puede guiar entre la locura (y no soy muy practicante).
En 1944 (el 5 de mayo) Ernst Lossa (Ivo Pietzcker), joven de 13 años de la comunidad itinerante yenish, es enviado a la institución en Augsburg, al hospital psiquiátrico Sargau, dirigido por el Dr. Werner Veithausen (Sebastian Koch), no porque tenga aflicción alguna, sino porque su viudo padre (Karl Markovics) no tiene domicilio fijo. Tendrá importancia en el relato los enfermeros Hechtle (Thomas Schubert) y Edith Kiefer (Henriette Confurius); la combativa hermana Sofía (Fritzi Haberland); la joven epiléptica Nandl (Jule Hermann).
Una narración que radiografía un hecho poco tratado en cine como el mencionado programa de eutanasia para el “material humano irrecuperable”, lo hacen indagando no en el militarismo (no aparece un solo uniforme, apenas simbología nazi,…), en el salvajismo explícito, en la violencia, introspecciona en lo que puede ser un epítome de la población civil alemana un hospital, donde los funcionarios actúan cual máquinas obedientes y eficientes, totalmente asentimentales, robots ataráxicos sin emociones que creen en su misión, simplemente porque es lo que les mandan sus superiores, tanto que al final no saben ni distinguir y se muestran “más papistas que el Papa”, ayudando a perfeccionar el “sistema (asesino)”, y encima creyéndose “civilizados”, cual idiota que cree que los caníbales se han domesticado porque se comen la carne humana con cuchillo y tenedor y no a mordiscos (con veneno mezclado con zumo de frambuesa, o la E-Dieta eufemismo de comida hueca,…), como demuestra el director del hospital protagonista (Veit Hausen), todo por contentar a sus amos, no dudando en asesinar a niños, ancianos o a quien les venga en gana, cual pequeños Dioses con el poder de decidir quién debe vivir y quien morir. De cómo el nazismo inundó no solo el pan-nacionalismo, la tiranía política, el racismo, la xenofobia, la intolerancia religiosa, viralizó la medicina, pervirtiendo su sentido sanador hacia el darwinismo espartano, donde solo los fuertes y sanos tienen derecho a vivir, de cómo este estrato corporativo pude ser envenenado con unas ideas nauseabundas, de raíces incluso que se apoyan en un capitalismo salvaje, pues estos enfermos le cuestan mucho al estado es mejor eliminarlo en favor de la mayoría sana, y así la economía estar más sana (redundancia, ya lo sé).
Esto sirve al realizador para mostrarnos la hipocresía en que vivía parte de la sociedad alemana en este oscuro tiempo, de cómo mostraban un máscara amable tras la que se escondía una rostro de villanía descarnada. Wessel muestra gradualmente este averno asesino, al principio en pequeñas dosis, en sugerencias subliminales, enmarcándolo en un entorno afable, de cuidadores aparentemente cariñosos y cordiales, hasta que se destapa que este sanatorio es en realidad un edificio de exterminio, donde los más indefensos se encuentran abocados al siguiente plan letal. Se cuida de no mostrar el tránsito de la vida a la muerte, muestra la antesala, pero no como mueren, dejando que este apartado sea formado por la mente del espectador, esto puede sea para no ser manipulador emocionalmente o para sea accesible a un mayor público, pero al final incide en que este terror nos resulte distante, higienizado, esterilizado, esto aminora la maldad que se cierne sobre estos escuadrones de la muerte. Todo bajo la visión de la limpia mirada de un niño que realiza un veloz despertara la madurez forzada por el hábitat podrido en que subsiste, acentuada esta ruptura con lo infantil con lo que es el primer amor.
Film asimismo con efluvios a la magnífica y bizarra “Freaks” (1932), por lo de un ecosistema plagado de personas con defectos físicos, siendo en realidad lo que muchos pudieran llamar en su cerril mentalidad “Monstruos”, cuando en realidad los verdaderos monstruos son los supuestos sanos. Destacar al personaje de la enfermera monja Sophia (Fritzi Haberlandt), brújula moral del relato, la única adulta contestataria, suponiendo una oda al cristianismo como elemento humanista que nos puede guiar entre la locura (y no soy muy practicante).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Es una película muy didáctica, pedagógica sobre unos tétricos acontecimientos, necesario recordarlo para no se vuelva a repetir, pero adolece de falta de empaque emocional, previsible todo, camina por senderos comunes, sin arriesgar, acomodándose en lo académico, en el “apto a todos los públicos”, negándonos el asomarnos al horror con secuencias con nos conecten con este Abismo. Los personajes secundarios resultan meros clichés sin fondo alguno, sibilinos pero planos en su malicia, no hay indagación psicológica, quedando como meros instrumentos civiles nazis, sin matices, unidimensionales, sin cuestionamientos morales. Tampoco la relación entre Ernst y Nandl resulta natural, muy artificiosa en sus diálogos y situaciones rebuscadas y nada fluidas.
Las actuaciones cumplen con su cometido; El protagonista Ivo Pietzcker, un joven de 14 años que desborda energía, expresividad, madurez interpretativa, nervio, sabiendo llevar el peso dramático del relato a través de su inocentes ojos, muy bueno; Jule Hermann como la joven epiléptica deja una grata y grácil impresión, destilando simpatía y mucha ternura; Karl Markovics como el padre de Ernst, en un rol escaso de metraje que sabe aprovechar para dar emociones y dramatismo, notable; Sebastian Koch es un actor de prestigio internacional, al que su rol le queda bien, sabiendo combinar la elegancia, buenas maneras, simpatía, ello para ocultar su insidioso alma, personificando el símbolo del nazi con el sentido del deber como excusa para su doble moral, pero al personaje le faltan aristas que lo humanicen; Fritzi Haberland encarna a la monja Sophia, que asiste impotente al tsunami de muerte de a su alrededor, al que intenta oponerse como puede, como la mayoría queda algo superficial; Henriette Confurius como la siniestra enfermera obediente Edith Kiefer, una asesina de preciosa sonrisa, a la que le falta dimensión, pero deja la pavorosa escena de como obliga a dar “zumo de frambuesa” a un niño enfermo, escalofriante por lo que sabemos hay detrás;.
La puesta en escena resulta buena, con una ambientación que proyecta un clima aséptico, con el diseño de producción de Christoph Kanter (“Caché” o “La cinta blanca”), rodando en la Clínica Warsteinen Renania-Westfalia (Alemania), aprovechando el entorno idílico para dar más relieve paradójico a lo que allí sucede, esto con la ayuda de la fotografía Hagen Bogdanski ("La vida de los otros" o "Young Victoria"), que aporta lirismo visual en algunas escenas.
De gran valor es el desglose de lo que le aconteció a los asesinos de la clínica, sirve como lección de que no siempre el mal es castigado por la justicia, el Dr Valentin Faltlhauser en que se basa la historia fue condenado a solo 3 años de cárcel y para colmo al final fue indultado; Trémulo es enterarte que la matarife de la enfermera estuvo tras su nimia condena trabajando en pediatría, enervante; O saber que incluso tras acabar capitular el Tercer Reich se siguió durante dos meses más este plan de muerte.
Históricamente, fue el hospital mental Kaufbeuren-Irsee en Baviera la punta de lanza de este letal y silencioso genocidio, siendo Valentin Faltlhauser (en la película de Walter Veith Hausen) el médico jefe, que era además en Alemania activo consultor para los asesinatos médicos nazis.
En conjunto queda una apreciable propuesta, recomendable por su valor de denuncia, pero a la que se le debía haber sacado más provecho emocional. Fuerza y honor!!!
Las actuaciones cumplen con su cometido; El protagonista Ivo Pietzcker, un joven de 14 años que desborda energía, expresividad, madurez interpretativa, nervio, sabiendo llevar el peso dramático del relato a través de su inocentes ojos, muy bueno; Jule Hermann como la joven epiléptica deja una grata y grácil impresión, destilando simpatía y mucha ternura; Karl Markovics como el padre de Ernst, en un rol escaso de metraje que sabe aprovechar para dar emociones y dramatismo, notable; Sebastian Koch es un actor de prestigio internacional, al que su rol le queda bien, sabiendo combinar la elegancia, buenas maneras, simpatía, ello para ocultar su insidioso alma, personificando el símbolo del nazi con el sentido del deber como excusa para su doble moral, pero al personaje le faltan aristas que lo humanicen; Fritzi Haberland encarna a la monja Sophia, que asiste impotente al tsunami de muerte de a su alrededor, al que intenta oponerse como puede, como la mayoría queda algo superficial; Henriette Confurius como la siniestra enfermera obediente Edith Kiefer, una asesina de preciosa sonrisa, a la que le falta dimensión, pero deja la pavorosa escena de como obliga a dar “zumo de frambuesa” a un niño enfermo, escalofriante por lo que sabemos hay detrás;.
La puesta en escena resulta buena, con una ambientación que proyecta un clima aséptico, con el diseño de producción de Christoph Kanter (“Caché” o “La cinta blanca”), rodando en la Clínica Warsteinen Renania-Westfalia (Alemania), aprovechando el entorno idílico para dar más relieve paradójico a lo que allí sucede, esto con la ayuda de la fotografía Hagen Bogdanski ("La vida de los otros" o "Young Victoria"), que aporta lirismo visual en algunas escenas.
De gran valor es el desglose de lo que le aconteció a los asesinos de la clínica, sirve como lección de que no siempre el mal es castigado por la justicia, el Dr Valentin Faltlhauser en que se basa la historia fue condenado a solo 3 años de cárcel y para colmo al final fue indultado; Trémulo es enterarte que la matarife de la enfermera estuvo tras su nimia condena trabajando en pediatría, enervante; O saber que incluso tras acabar capitular el Tercer Reich se siguió durante dos meses más este plan de muerte.
Históricamente, fue el hospital mental Kaufbeuren-Irsee en Baviera la punta de lanza de este letal y silencioso genocidio, siendo Valentin Faltlhauser (en la película de Walter Veith Hausen) el médico jefe, que era además en Alemania activo consultor para los asesinatos médicos nazis.
En conjunto queda una apreciable propuesta, recomendable por su valor de denuncia, pero a la que se le debía haber sacado más provecho emocional. Fuerza y honor!!!