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España España · almeria
Voto de TOM REGAN:
8
Drama En los campos manchegos una mujer trabaja la tierra con la ayuda de un joven forastero. Su marido está en prisión por un crimen que cometió en un ataque de celos. Todo va bien hasta que el hombre recobra la libertad y con él vuelven los fantasmas del pasado. (FILMAFFINITY)
5 de septiembre de 2023
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233/21(22/08/23) Notable drama rural hispano que habría que reivindicar de su olvido por su poderosa fuerza emocional, un triángulo amoroso con trazas lorquianas y su “Bodas de sangre”. Cumple este año (16/11/1953) setenta años desde su estreno y se mantiene fresco en su potencia sentimental, un relato de gran simpleza que el director Manuel Mur Oti dota de un poderío visual asombroso en su estética marcadamente influenciada por el cine soviético, con esas secuencias fascinantes del trabajo en el campo (exteriores en Medina de Rioseco-Valladolid, y Camuñas-Toledo) fotografía evocadora adornada de modo sensacional por la música de Beethoven, llama la atención el gran sentido dramático de las sinfonías sonatas para piano del renano, elevando las palpitaciones a algo cuasi místico por momentos. El guion del propio Mur Oti junto a José Suárez Carreño, se basa en una obra teatral de homónima del segundo que obtuvo el premio Lope de Vega en 1951. Una narración imbuida de un estremecedor fatalismo, donde sabemos que nunca podrá acabar bien. Protagonizada por un fenomenal trío con Aurora Bautista, José Suárez y Carlos Lemos, casi exclusivamente ellos nada más, excepto un jugoso tramo en que el mozo busca obreros al pueblo, donde queda ese substrato de crítica a lo Fuenteovejuna a las masas que marginan. Una historia sobre la marginación social, sobre el honor, los celos, el amor puro, los sacrificios, ello en un desarrollo cargado de intensidad, donde la fuerza de las imágenes es primordial, las miradas, los silencios, lo que se dice tras las palabras, todo ello un caldo de cultivo que se irá cociendo has ebullir en su clímax final (para mí no redondo). Un film cargado de sensualidad soterrada, donde reina las bajas pasiones, lo que lo hace valiente para su tiempo de censura franquista (extraño, aun con sus problemas, pasara el filtro la cinta), y donde la formidable cinematografía de Manuel Berenguer (“Bienvenido Mr. Marshall” o “Rey de Reyes”) es todo un prodigio evocador en su lirismo expresionista que parece sacado de un film de Eisenstein, Pudovkin o Dovzhenko.

En su maravillosamente descriptivo inicio vemos a Aurelia (Bautista) azadón en mano, destripando terrones estérilmente en los secanos manchegos por tener a su marido en presidio. Tenemos seis minutos en que la cámara será nuestros ojos, en silencio nos muestra el panorama soleado de este lar castellano, sentimos un paisaje hostil, seco, árido, donde creemos es imposible germine nada. Todo cambia cuando llega un forastero en busca de trabajo, Juan (Suárez), trabajador incansable que levanta la hacienda y consigue poner en movimiento las aspas del molino harinero. Esto expresado sensorialmente por tramos de una beldad epicúrea en la miscelánea entre las secuencias de trabajo, preciosos las secuencias de labranza, la siega con esos planos generales, el aventeo de la paja en las eras que crea una fina lluvia de paja, con esos cielos nublados de fondo. Pero no es solo el sentido del deber el que lo impulsa a trabajar sin descanso a Juan. Aurelia sabe manipular a Juan para que este a través de su amor platónico por ella sea su cuasi esclavo, done la fina línea entre el obrero y el devoto amor se diluyen escenas de una carga erótica majestuosa en su sencillez, como esa en el molino en que en contrapicado Juan observa a ella en lo alto dejando entrever un poquito de sus piernas bajo las enaguas, y ello puede convulsionar al espectador a través de que sentimos el palpitar erógeno del macho. Pero aún así los dos respetan sus condiciones, ella de fiel esposa y él de peón sin llegar a cruzar el Rubicón de amantes, pero ello no impide que sintamos como los sentimientos de más de cariño fluyen entre ellos, también expresados en esa secuencia en que ella frente al molino es ‘salvada’ por él de ser ‘topada’ por las aspas, y por un momento se abrazan. En esta parte está el simbolismo que con la mujer sola tenemos un campo estéril, y para que todo renazca y haya vida hace falta un hombre.

José (Lemos) vuelve de la cárcel al cabo de unos años y se encuentra los campos florecientes. Ello visualmente excelso en una toma de él sobre el horizonte cual intruso que llega a agitar el gallinero. En este tramo final subyace el atávico sentimiento de posesión del hombre sobre la mujer, la violencia machista, los celos más enfermizos, la paranoia, ello en tensas conversaciones de dormitorio del matrimonio, donde el demonio de la duda aflora como una enfermedad letal, la sumisión de la mujer al hombre marca la línea del contexto arcaico en que estamos. Entonces llegará el choque entre los dos gallos, primero en una charla donde subyacen los recelos de uno y otro, donde una simple chaqueta colgada en un clavo es alegoría de marcar territorio. Luego en una espectacular competencia de arar campos, sublimes ambos emitiendo el ardor de dos machos luchando por una hembra mediante la testosterona más latente, mientras abren con la cuchilla la tierra en una carrera hacían ninguna parte que acaba con una cínica sonrisa. Y sabemos que esto no acabará bien, se aboca un duelo, donde con su rivalidad por Aurelia solo podrá quedar uno.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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