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Voto de Jefe Dreyfus:
3
Thriller. Acción Estando con su mujer (January Jones) de visita en Berlín, el doctor Martin Harris (Liam Neeson) sufre un accidente de tráfico y entra en un prolongado estado de coma. Cuando se despierta, comprueba alarmado que otro hombre (Aidan Quinn) ha usurpado su personalidad. Entonces emprenderá con la ayuda de una mujer (Diane Kruger) una frenética investigación para averiguar la verdad sobre lo que está sucediendo. (FILMAFFINITY)
13 de enero de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El personaje protagonista de Sin identidad es un norteamericano que viaja hasta la capital de Alemania para unos asuntos de negocios y termina pasándolas verdaderamente canutas. No entiendo muy bien que concepto deben tener los guionistas norteamericanos de Europa, pero cada vez que uno de sus ciudadanos viaja, en una de sus películas, hasta el continente europeo, se le complica la vida una barbaridad. Me viene rápidamente a la cabeza Frenético de Polanski, con ese Harrison Ford que busca a su esposa (y que guarda bastantes paralelismos con la película que hoy nos ocupa); Hostel, Un hombre lobo americano en Londres, Ronin (tanto personaje como actor), El código DaVinci o El expreso de medianoche. Por suerte en El último tango en París el personaje de Marlon Brando se lo pasaba bastante mejor aunque, claro está, no cuenta porque tanto la película como los guionistas eran italianos.

La película empieza como un thriller psicológico en el que el protagonista sufre las vicisitudes de una pesadilla tan real que lo termina dejando desamparado, desorientado y sin medios en un entorno hostil que le es extraño (aunque por suerte en Berlín todo el mundo parece hablar inglés con una soltura digna de admirar), viéndose obligado a sobrevivir y seguir adelante a pesar de no acabar de tener del todo claro si lo que le sucede es real o fruto de su imaginación. Esta primera media hora es, sin duda, lo mejor de la cinta, funciona, atrapa y levanta un complejo castillo de naipes que, lamentablemente, se desmorona prematuramente cuando todavía queda más de una hora de película. Una vez pasada esta primera fase la trama muta hacia el thriller de acción al más puro estilo Bourne y demás, y la historia se llena (en ocasiones de forma incomprensible) de disparos, golpes y persecuciones a pie o con vehículos (todos ellos de la marca Mercedes, que se deben haber encargado de financiar más de la mitad de la película). Aquí la cosa ya empieza a chirriar demasiado y los agujeros en el guión empiezan a agrandarse a pasos agigantados. Pero lo peor está por venir. Porque es en la recta final del film cuando todo salta por los aires y las incongruencias y los giros argumentales imposibles terminan por finiquitar cualquier leve esperanza de que los responsables supieran llevar la película a buen puerto, llegando a rozar por momentos el ridículo y convirtiendo la trama en una broma sin demasiado sentido ni, mucho menos, gracia.
Jefe Dreyfus
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