Curiosa y original propuesta. Además, bastante lograda. Es extraño ya ver una película de terror (u horror) en que no haya cabos sueltos, en la que no sobre una sola gota de sangre, en la que no haya inconsecuencias, ni metraje de sobra, ni finales apañados a toda prisa para rematar un sucesión efectista de cadáveres. Sobre todo, que en ningún momento tengas la sensación de que se está perdiendo el control de la historia.

Es extraño, pero no imposible, tal y como demuestra la perfecta estructuración e hilvanado de las escenas que componen "Tears of Kali". Dividida en tres relatos, más los correspondientes prólogo y epílogo, la película trata sobre un terrorífico culto a la diosa Kali en el que sus participantes recorren las sendas más oscuras del cuerpo, el alma y el espíritu. Lo interesante es que no asistimos al desarrollo del previsible espectáculo sangriento a costa de estos rituales, sino a las consecuencias de sus acciones algunos años después de que el culto se hubiese -teóricamente- disuelto.

Sorprendentemente y aunque no faltan las escenas impactantes, el director opta por un mínimo efectismo, de modo que momentos que podrían haber alcanzado cuotas de gore extremo se ceden al albedrío mental del espectador (y aquí entra en juego lo morboso que sea cada uno). A lo largo del filme y aunque vamos conociendo las prácticas del culto a través de las historias narradas, nunca pierde un aura de misterio, angustia, inquietud y horror.

El bajo presupuesto, la cutredad de los efectos especiales y la poca pericia del director con la cámara, amén de usar recursos visuales propios del telefilme más pobre, impiden que "Tears of Kali" salga al mundo desde su pequeño reducto de posible terror de culto. Pero su impecable ritmo y equilibrio narrativo, su enigmática historia y su lograda atmósfera la sitúan muy por encima de casi todo lo visto en materia de terror en los últimos años.