No soy del sector de lectores de Orson Scott Card que esperaban fanáticamente la llegada de Ender a la gran pantalla. La novela es un prodigio, con unos planteamientos maravillosos y una introspección en los personajes que la convertían en una historia difícilmente resumible y adaptable.

En realidad esperaba más bien una serie B flojita y sin embargo me he encontrado con una pequeña película de ciencia ficción apreciable, que plantea temas interesantes y que cuenta con alguna que otra escena espectacular, a pesar de una sosa iluminación que resta magia al conjunto visual.

Para mí sólo dos pegas enturbian el disfrute de esta aventura espacial con trasfondo moral: el reparto en general, donde destaca (para mal) un Harrison Ford abúlico y blando, que parece haber perdido incluso presencia en pantalla, en un personaje que encajaría mejor un actor con recursos más sutiles. El chaval que interpreta a Ender, Asa Butterfield, parece un pequeño psicópata inexpresivo y rara vez consigue transmitir el dilema de un muchacho que se debate entre un adiestramiento para la deshumanización y sus propios principios éticos. Por demás, ni Abigail Breslin, ni Ben Kingsley consiguen dar vida a sus roles y la única que parece estar a gusto en la historia es Hailee Steinfeld en el papel de Petra.

El otro punto negativo es la rapidez con la que se narra el adiestramiento de Ender, que parece ascender a la velocidad de la luz, sin dar tiempo al espectador a percibir ni a disfrutar de lo supuestamente arduo de los entrenamientos a los que someten a los niños protagonistas.

Hay otros detallitos menores, que en todo caso no enturbian demasiado el conjunto. Lo mejor: el tramo final. Propone una consecuencia perfectamente lógica de los dilemas que se han planteado con anterioridad y deja un interrogante que esperemos que sepan resolver para una hipotética segunda parte.