Lo cierto es que, por desgracia, el cine actual no tiene ningún otro exponente de las narraciones piratescas, lo que hace que esta saga se salve muy ampliamente de la multitud de defectos que podrían achacársele. Para empezar, la sola presencia de un Johnny Depp deslumbrante, lúcido y convincente con sus toques de pirata-dandi sirve para que nos olvidemos de las lamentables actuaciones del siempre inexpresivo Orlando Bloom. En lo referente a Keira Knightley, hay que decir que no lo hace mal de todo, aunque es cierto que muchas de las secuencias que se le asignan en cualquiera de las tres partes hacen su personaje poco creíble, pero soportable.
El guión es bastante solvente, al menos en la primera parte. En la segunda y la tercera la cosa se desmadra, pero bueno, vayamos al tema. Los redactores han optado por la atractiva fórmula del relato de piratas adornado con fantasía y magia vudú, basándose en una larga tradición que arranca de La isla del tesoro y, más recientemente, de la saga de videojuegos Monkey Island (los seguidores de esta saga -como yo- hemos encontrado más de una coincidencia sospechosa a lo largo de las tres partes).
En lo técnico, vemos un desarrollo magnífico y deslumbrante del metraje. Es cierto que se ha abusado de los efectos digitales en algún pasaje concreto, pero hay que admitir que en las tres partes hay una gran conciencia artística en lo visual, y también en la banda sonora, algo que pocas veces podemos ver en este tipo de superproducciones hollywoodianas para todos los públicos. La fotografía llega a alcanzar algunos puntos esplendorosos, especialmente en los prólogos de las tres películas, y la ambientación en general -incluyendo escenarios, paisajes, decorados, vestuarios, maquillaje, etc.- están muy por encima de lo que se podría esperar.
Por todo ello, y haciendo especial hincapié una vez más en la soberbia interpretación de Depp, la apruebo con gusto, aunque mi nota va a bajar considerablemente en las secuelas posteriores, más descontroladas en cuanto al guión.