Película en la que las cámaras toman contacto con personas que habitan zonas fronterizas separadas por muros de la vergüenza: habitantes, personas que quieren cruzar el muro o vigilantes que intentan que eso no se produzca. Los lugares escogidos son los alrededores del muro de Melilla, y algunos puntos indeterminados en las fronteras entre Estados Unidos y México y entre Sudáfrica y Zimbabue.

La película construye un relato que pretende mostrar diferentes realidades humanas que se ven afectadas por la construcción de estos muros. Y lo hace sin entrar a explicar los motivos que han originado las situaciones que viven. Esto produce una cinta inocente, cuyo visionado sí genera ese momento de incomodidad personal por hacernos vernos que el mundo es injusto. Y ya.

Sin embargo, es un tipo de película documental que no genera conciencia crítica transformadora: ahonda muy poco en explicar por qué las vidas que retrata son así, obvia las vulneraciones de Derechos Humanos y el contexto geopolítico que han generado esas historias personales y no genera ningún tipo de sentimiento o rabia que nos mueva a querer cambiar las cosas. Simplemente, nos resigna a aceptar cómo son las cosas, perdiendo una buena ocasión de poner un granito de arena para visibilizar realidades que deben ser cambiadas.