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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
8
Drama Cleo (Yalitza Aparicio) es la joven sirvienta de una familia que vive en la Colonia Roma, barrio de clase media-alta de Ciudad de México. En esta carta de amor a las mujeres que lo criaron, Cuarón se inspira en su propia infancia para pintar un retrato realista y emotivo de los conflictos domésticos y las jerarquías sociales durante la agitación política de la década de los 70. (FILMAFFINITY)
6 de diciembre de 2018
40 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roma

Había que darse prisa. “Roma” estará únicamente en dos salas -Cines Verdi- de Madrid y Barcelona durante una sola semana. Después pasará a formar parte del patrimonio exclusivo del inabarcable universo de Netflix. “Los tiempos cambian que es una barbaridad”, anunciaba don Hilarión en la famosa zarzuela que, junto al resto, duerme hoy en la acartonada placidez que procuran las más sombrías buhardillas. Por eso corrí a verla en su primer día de estreno con las ansias de un colegial a la hora del recreo.
Porque de la maravillosa y deslumbrante película que ha dirigido, escrito y fotografíado Alfonso Cuarón, este cronista se siente testigo presencial. Y lo que vi me transportó a mis ya lejanas 26 primaveras cuando yo era un joven e inexperto habitante de la Ciudad de México. Cuarón tenía apenas 11 años en 1971 y yo me casaba con una criatura que se me apareció como una diosa para concederme la inmortalidad al aceptarme en su vida contra todo pronóstico.
Cuarón, como él mismo ha declarado, rememora aquí algunos pasajes de su infancia en el seno de una familia de clase media en la Colonia (barrio) Roma. Retazos, fogonazos de pura vida. En un blanco y negro intenso, avasallador y casi hiriente, sus personajes respiran autenticidad por los cuatro costados. El cineasta mexicano -prescinde incluso de la música- da plena libertad a la cámara para que ésta se exprese por sí misma y encuentre en cada mirada, en cada gesto, la insoslayable realidad que aprisiona y asfixia a las mujeres mexicanas.
Yalitza Aparicio -no sé en qué milagroso cáliz ha fermentado esta prodigiosa criatura-, se mete en la piel de Cleo, casi una niña, al servicio de la familia que evoca Cuarón, emigrante de un mundo indígena olvidado y abandonado a su suerte por los sucesivos gobiernos mexicanos. Ella es el espejo, la reencarnación dolorosa y viviente de miles, de millones de mujeres indefensas, humilladas, ultrajadas por el mal aterrador de un machismo amoral, cruel e indecente que persiste hasta nuestros días.
La matanza de Tlatelolco ocurrida tres años antes aún planea como una sombra siniestra y ahora, el grupo paramilitar conocido como “Los Halcones” creado por el Gobierno del Presidente Luis Echeverría, afila sus garras, oculto en las oscuras sentinas del Poder para terminar masacrando a un buen número de los estudiantes que se manifestaron un aciago 10 de junio de 1971, festividad de Corpus Christi.
La superficie frágil e inestable sobre la que se asienta el pueblo de México -en una película llena de alegorías-, tiene también su simbolismo en la eclosión de un angustioso temblor que tantas vidas ha cercenado en el Valle sobre el que se construyó la antigua Tenochtitlan. El caos, la improvisación y esa sensación de constante incertidumbre que preside la vida y destino de sus protagonistas presagiaban ya el devenir de un país que ha terminado por convertirse en un gigantesco campo de batalla sembrado de cadáveres: cerca de 40 mil homicidios y subiendo en este año que finaliza. Hace tiempo que los dioses abandonaron a los pobladores de México. Corrupción, impunidad, inseguridad, desigualdad y todas aquellas lacras imaginables, son los nuevos jinetes del apocalipsis que asola al país. Lo que pudo haber sido y no fue tortura, una y otra vez, a una parte de la ciudadanía que no entiende cómo se ha llegado hasta aquí.
Hay elementos en esta realización que me recuerdan al neorrealismo italiano y sobre todo a la inmortal “Los olvidados” de Buñuel. Cuarón ha llevado a cabo un colosal trabajo de ambientación y tanto la inocente Cleo como su ama, aún en distintos planos sociales, representan la parte más humana y tierna, lo mejor de México: las mujeres. Ellas son los cimientos que han sostenido y aún sostienen los frágiles pilares que todavía quedan en pie en una sociedad agusanada, fragmentada y a la deriva, cautiva de su propia ignorancia e incapaz de diagnosticar el mal que padece.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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