Outlander

Déjense llevar, abandónense por completo, mézanse en el vivificante oleaje de la inventiva que en ocasiones confluye en el inaprehensible universo de lo inverosímil; no importa, porque son tantos los aciertos y virtudes de “Outlander” que estas libertades están más que justificadas y cuentan con el beneplácito de este cronista. Y porque, además, parecidos recursos han sido frecuentemente incorporados con éxito -y sin merma de su excelencia- en la literatura, el teatro o el cine y son tan viejos como el subterfugio del “ex machina” del que hacían uso los antiguos griegos en la representación de sus famosas tragedias.
“Outlander” está basada en la saga homónima de seis relatos publicadas en 1991 por la escritora estadounidense Diana Gabaldon. La serie me retrotrae a las novelas de aventuras que me acompañaron en mis primeras lecturas de la infancia y se agiganta a medida que los capítulos se suceden en este vertiginoso carrusel de emociones. Algunos no dudarán en calificarla de folletín - o “culebrón” si les es más familiar- pero ¿acaso no lo eran aquellas apasionantes historias del s. XIX cuyos autores, hoy reverenciados, publicaban por entregas en los semanarios de la época antes de ser recopilados en novelas? Grandes escritores, como Defoe, Stevenson, Verne, Dumas, Scott, Salgari, Dickens, o Twain, que alimentaron mi insaciable avidez de niño, morirían sin sospechar que décadas después los seriales radiofónicos darían voz a sus narraciones y posteriormente el cine -“Robinson Crusoe”, “La isla del tesoro”, “Miguel Strogoff”, “El conde de Montecristo”, “Ivanhoe”, “El corsario negro”, “Oliver Twist” o “Las aventuras de Tom Sawyer”- transformaría en imágenes y sonido el fabuloso fruto de su imaginación.
En “Outlander” desfilan personajes buenos y malos, héroes y villanos, muy bien diferenciados, sin ambigüedades, como en la literatura y el cine clásicos. En esta espléndida serie de época admiraremos los paisajes más bellos de las Tierras Altas escocesas y seremos testigos del esplendor en la corte de Versalles durante el reinado de Luis XV a mediados del s. XVIII. Presenciaremos espectaculares cabalgadas, batallas sin cuartel, emboscadas, traiciones y venganzas, duelos a muerte, intrigas palaciegas, pasiones desatadas, secretos, mentiras e infidelidades, amor y celos y, como trubuto a la modernidad, no nos ahorra escenas escabrosas, sangre y vísceras, descuartizamientos, torturas y ejecuciones, crueles violaciones y hasta actos de sodomía en toda su repugnante crudeza, lo cual no hace sino añadir un plus de veracidad que la fortalece y la aproxima a la realidad histórica.
La modelo y actriz dublinesa Caitriona Balfe, estrella rutilante de esta inabarcable epopeya, insufla vida a Claire Randall, una mujer atrapada y obligada a sobrevivir en un mundo que no es el suyo y del que le separan 200 años. Me enamora desde la primera escena, la sigo hipnotizado, me asombra su naturalidad, su serena belleza, elegancia y prodigiosa versatilidad para conferir a cada secuencia la exacta dimensión que requiere.
Si el cine, como alguien dijo, es una fábrica de sueños, “Outlander” es digno ejemplo de esta portentosa factoría. Y cuando finaliza, me asalta la sensación de haber retrocedido en el tiempo para evocar mi infancia y asistir, con la misma ingenuidad y asombro de entonces, a un espectáculo providencialmente renacido.

Emilio Castelló Barreneche