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España España · sevilla
Voto de Jlamotta:
7
Drama En 1921, Ewa y su hermana Magda dejan su Polonia natal y emigran a Nueva York. Cuando llegan a Ellis Island, a Magda, enferma de tuberculosis, la ponen en cuarentena. Ewa, sola y desamparada, cae en manos de Bruno, un rufián sin escrúpulos. Para salvar a su hermana, Ewa está dispuesta a aceptar todos los sacrificios y se entrega resignada a la prostitución. La llegada de Orlando, ilusionista y primo de Bruno, le devuelve la confianza y ... [+]
14 de noviembre de 2013
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
James Gray no existiría sin Francis Ford Coppola. Es una afirmación irrebatible fácilmente comprobable al echar un ojo a su filmografía, su forma de rodar e incluso los temas de sus películas. Todas ellas tienen en común un desaforado amor por el cine de los setenta, especialmente por el autor de The Godfather (1972), una retahíla de obsesiones siempre presentes (la familia, la religión, el crimen, etc) y un clasicismo formal muy marcado. Little Odessa (1994), The Yards (2000), We Own The Night (2007) y Two Lovers (2008) comparten estas características, siempre bastante bien integradas en sus historias de forma que no parezcan simples pegotes de autor. Aportan, completan subtramas, definen personajes y llevan la historia hacia su destino. Si tuviera que elegir, diría que es la familia la inquietud número uno de Gray, pues siempre hay un hermano, un padre o un primo que mueve la acción de un lado para otro o protagoniza giros de guión que encaminan el relato hacia un lugar diferente del que había marcado en un principio. The Immigrant no es diferente al resto de sus películas en la utilización de estas tres fijaciones del director americano como motor de la historia. La diferencia radica en las aspiraciones y el tamaño de esta con respecto a las demás. The Immigrant es una película "grande", "seria", de las que pretenden aspirar a premios, algo más academicista que las anteriores, teniendo en cuenta los referentes recurrentes de Gray. Es quizá lo que impide de algún modo que la habitual pasión del cineasta desborde fotograma a fotograma, mostrándose más contenido de lo habitual. Históricamente, el firmante de The Yards tiende más al exceso que a la sujeción (para mi, es preferible propasarse que arriesgarse a no llegar por eso mismo, por no tomar riesgos), porque es un cineasta pasional e impulsivo pero en The Immigrant está demasiado preocupado por mantener un ritmo moderado, con situaciones controladas y nada alteradas. Es por ello que la historia se desarrolla de una forma correcta, sin sobresaltos, a la que en realidad no se le puede echar nada en cara formalmente pero cuya falta de elementos electrizantes la condena a no pasar a la categoría de las grandes películas del año. Es en la excelente media hora final cuando Gray quita por fin el pie del freno y nos brinda un arrebatador y tristísimo desenlace que compensa sobradamente unos ochenta minutos previos simplemente adecuados. El torbellino de emociones previamente frenado se desata para que unos espectaculares Marion Cotillard y Joaquin Phoenix nos revuelvan y sacudan sin piedad. El plano final (no es spoiler), hermoso y simbólico donde los haya, nos muestra las dos realidades más habituales de la América de los años veinte, asolada por la pobreza y la depresión. Las dos Américas son derrotadas y decadentes. La huida o la estancia obtiene el mismo aciago resultado, que posiblemente pueda ser confundido con una pequeña victoria si no tenemos en cuenta lo acontecido minutos antes. Ya nos lo decía Gray desde el primer plano del film, en el que vemos a la Estatua de la Libertad alejarse de cámara a los ojos del personaje de Cotillard, a pesar de que está llegando al país, no marchándose. No hay ilusiones ni optimismo posible, pues la desesperanza ya reina desde el principio en un mundo nuevo que acoge a los ilusos desamparados que sueñan con el tan cacareado American Dream.

Porque, además de los temas antes mencionados que ahora exploraré un poco más, The Immigrant atribuye una importancia vital al concepto de American Dream. Lo desmitifica presentándonoslo a través de un mago que cree ciegamente en él, a pesar de trabajar y expresar su discurso en un centro de deportación. El sueño es cosa de fe, una fantasía creada por un mago más listo que él, sabedor de que los americanos necesitan una creencia firme para seguir adelante más que una realidad deprimente y exenta de héroes inspiradores. Por que, ¿Qué es en realidad el American Dream? ¿Es aquel destinado únicamente a los americanos y a la gente de bien? ¿O por el contrario es el que hemos visto en incontables películas de marginados sociales que logran convertirse en auténticos reyes? Ejemplos tenemos varios y poderosos. Vito Corleone en The Godfather (Francis Ford Coppola, 1972), Tony Montana en Scarface (Brian De Palma, 1983) o, más recientemente y en el medio televisivo, Walter "Heisenberg" White (Breaking Bad, 2008-2013). En teoría, llegar a un país extraño sin un duro en el bolsillo y terminar convertido en un auténtico magnate debería ajustarse a este concepto. Al igual que pertenecer al país pero integrando una minoría o ser un fracasado hasta que un buen día te levantas dispuesto a seguir el manual del perfecto triunfador. Porque lo que Gray y Menello nos dicen es que el concepto de país no es más importante que el de familia. Donde se encuentre ella, estará nuestra patria, no en un pedazo de tierra cruel y poblado por patrióticos déspotas. La falta de apego a las raíces o la nula necesidad de pertenecer a una comunidad conforman una nueva visión de Gray sobre la temática familiar, aspecto que suele significarlo todo para sus personajes (o, al menos, para alguno destacado).

Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jlamotta
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