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Voto de Yago Paris:
7
7,0
991
Animación. Aventuras. Drama 1882. San Petersburgo. Sasha es una joven aristócrata rusa que ha estado siempre fascinada por la aventurera vida de su abuelo, Olukin, un explorador famoso que no ha vuelto de su última expedición a la conquista del Polo Norte. Sasha, lejos de satisfacer a sus padres, que han concertado su boda, se rebela contra este destino y decide salir hacia el Gran Norte siguiendo la pista de su abuelo. (FILMAFFINITY)
13 de octubre de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En paralelo a las grandes superproducciones de animación por ordenador, resisten pequeñas historias animadas con técnicas tradicionales. No es que haya dejado de haber grandes proyectos que recurran a estos métodos, sino que las producciones humildes recurren, por necesidad presupuestaria o artística, a formatos más económicos como el dibujo animado más artesanal, o el stop motion. En apenas unos meses, se han podido ver en España dos películas que forman parte de este segundo grupo, pero que lo hacen porque es la vía expresiva que requieren para desarrollar sus propuestas formales. El cuento de la princesa Kaguya (2013) se apoyaba en la fuerza del trazo impresionista para cautivar con su sencillez. Su director, Isao Takahata, entendió la presencia de la ausencia, concepto que desarrolló tanto en su historia como en la puesta en escena, que acudía a los elementos indispensables y dejaba grandes partes del fotograma sin animar.

Por otro lado, y a través de la plataforma online Arte Kino Festival, entre el 30 de septiembre y el 9 de octubre pudo verse la cinta de animación The girl without hands (2016). Su responsable, el francés Sébastien Laudenbach, llevaba hasta el extremo su labor animadora al vaciar de color el contenido de cuerpos y objetos. Las formas se representaban a través de los perfiles y los elementos concretos de cada figura. Con esta idea árida, en la que las formas se solapaban entre sí y se fusionaban con el paisaje, el autor depositaba toda expresividad en el trazo, por lo que los detalles, las variaciones ínfimas de la representación, pasaban al primer plano de atención.

En una posición intermedia se sitúa El techo del mundo (2016), más austera que El cuento de la princesa Kaguya en lo que a expresividad se refiere, pero sin llegar a los límites de radicalismo animador de The girl without hands. En esta película, también francesa, los referentes pictóricos parecen claros. Tanto la estética como el modelo de animación remiten al cómic clásico. Su director, Rémi Chayé, inunda el fotograma de colores vivos y texturas orgánicas para hablar de una historia que transpira vitalidad. El autor prescinde de un acabado formal pegado a la representación realista, por lo que, al igual que en los casos anteriores, el trazo se visibiliza y gana expresividad a medida que pierde detallismo; es decir, adopta los preceptos del impresionismo, más interesado en la transmisión de sensaciones que en la representación fotográfica.

La manera habitual de animar es aquella que se mimetiza con la realidad, de tal manera que el movimiento sea tan fluido como lo es el cine de acción real. Por tanto, si se atiende a la manera en que se anima el movimiento en El techo del mundo, se descubre la decisión formal más interesante de la obra, que a su vez es aquella que con mayor fuerza la hermana con su referente, el de la historieta clásica. En este caso parece como si, tras haber terminado la cinta, de manera voluntaria se hubiera sustraído uno de cada X fotogramas. El resultado es un conjunto de estampas que remiten al dibujo estático, inherente al cómic, como si se tratara de viñetas independientes que se proyectaran una detrás de otra, sin esa sensación de fluidez que se ha mencionado previamente. Otra decisión que apuesta por la reducción de elementos a la esencia, y que casa con la mirada contemplativa del relato, de ritmo calmado e interés por la repercusión de cada gesto, de cada acto, de cada plano.

Toda esta labor de síntesis animadora, entre trazos impresionistas y estampas vitalistas, encuentra su razón de ser en la historia que narra. Sasha es una hija de aristócratas de la que se espera un futuro en la alta sociedad rusa presoviética. Un destino que nada tiene que ver con sus ansias de vivir aventuras, de descubrir nuevos parajes y de, a fin de cuentas, liberarse de ataduras sociales y apariencias vacuas. La vitalidad de Sasha es la de la paleta de colores que se emplea, y la de esas texturas que rebosan amor por la vida. Con sus apenas 80 minutos de metraje, este pequeño hallazgo de la animación trasciende cualquier limitación presupuestaria y cautiva con sus códigos propios y su capacidad para narrar en imágenes.
Yago Paris
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