ROMA es un barrio de México, donde vivió y creció el propio Alfonso Cuarón. Es 1970 y vemos la historia desde la perspectiva de Cleo (Yalitza Aparicio), una de las sirvientas de una familia acomodada que todavía ha de encajar el golpe de una separación. La señora Sofía (Marina de Tavira) luchará por evitar el trago a sus cuatro hijos mientras sufre el abandono de su marido. Cleo, sin embargo, tiene sus propias penas, pero parece encararlas con gran resignación, como si no pudiera hacer nada por solucionarlas.

Y, mientras eso sucede, las imágenes en blanco y negro nos golpean como cuadros. Obras de arte en movimiento, planos secuencia poéticos y una historia que avanza sin giros inesperados. Todo fluye. La vida de Alfonso Cuarón, que se abre en ROMA como nunca antes, evidenciando el espacio político-social de la época. Componiendo escenas de gran complejidad como si no fueran nada del otro mundo. Si la poesía en algún momento se convierte en movimiento, es en esta película.

Por supuesto, ROMA opta a todo en los Oscars con nada menos que 10 nominaciones. Se presupone que se llevará las grandes: película, dirección y guion original, además de algunas técnicas como la de fotografía. Yalitza Aparicio y Marina de Tavira lo tendrán difícil, pero ambas merecen la nominación. Que Alfonso Cuarón ganará como mejor director es algo que no debería ni cuestionarse, pero Hollywood siempre tiene cosas que decir, y quizás no les gusta que los mexicanos, uno tras otro y año tras año, se lleven el preciado galardón.

En todo caso, ROMA es una obra de arte que nos deja este año. Es el retrato de una vida. Cuarón abre su pasado y nos muestra en blanco y negro un conflicto doméstico que trasciende y hechiza. No es una película que pueda ver cualquiera. Hay quien no la entenderá, otros se aburrirán. Peor para ellos. Es la mejor película del año y los Oscars han de encargarse de corroborarlo. Y es de Netflix. A los fans del buen cine, ni se os ocurra perdérosla.