Una envoltura isleña bien conseguida, un buen manejo de las cámaras y unos buenos paisajes solitarios, son la baza principal de esta película que no sabes por dónde agarrarla.
Resulta que un barco naufraga cerca de una pequeña isla al norte de Escocia, cargado con 60.000 cajas de whisky. Los isleños se apoderarán de 2.000 botellas de tan preciado brebaje, burlando la vigilancia del capitán de la guardia local.
Lo que a priori parecía una interesante película, a los 20 minutos queda reducida a una historia placentera y tranquila, para visionarla con una sonrisa de benevolencia en los labios. La película es algo aburrida y los intérpretes y el director intentan levantar una historia simpática sin mayores pretensiones que entretener al respetable público.
No quiero extenderme más y resumiendo, una película para ver con la botella en la mano. Un 5 y nunca más.