Buena película. Disfrutable. Su desarrollo te mantiene siempre expectante a la espera de qué va a suceder tanto en eventos, por su extrañeza y complejidad, como en personajes, bastante atractivos visualmente y de gran calidad individual ya que el casting ha sabido escoger magníficamente; pero en un instante, todo cambia, a media hora de su final cae una “BOMBA” llamada José Sacristán, entra tímido, como viejo en su lento paseo matutino, pero conforme pasan los minutos la pantalla se llena de él, y de sólo él, dejando el argumento, la historia e incluso a los colores en un segundo plano, y sí hasta ese punto la película era buena, aquí pasa a ser genial, y es qué el buen actuar, el porte y las tablas de José Sacristán se notan, otorgando al film ese punto de calidad extra, excelencia, qué necesitaba; y aunque algunos le daban por muerto, pero qué decir, que no está muerto, aún sigue vivo, dando guerra, y será el cine español el que morirá un poco más el día que este gran actor deje de actuar, deje de deleitarnos con esas actuaciones que nos invitan a imaginar, los nuevos deberían aprender algo de la vieja escuela, ya que no hay mejor maestro que un buen “padre” y el tiempo; pero no acaba ahí la cosa, el eterno final español, el eterno final maldito de muchas películas, José Sacristán lo cierra como los magos, con un truco de magia que te deja con nuevas preguntas, a la vez que deseas que no acabe, qué aún hay preguntas por resolver, cómo el pasado entre Bárbara y Damián, qué maldición se ocultaba tras la puerta de la lagartija o quién era realmente el chofer del Mercedes, muchas preguntas sin respuestas que pueden dar una segunda parte si Dios lo quiere, o Don Dinero; pero por ahora me conformaré con esto y con placer de haber disfrutado de un gran film y de una genial actuación del eterno José Sacristán.