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Voto de Kyrios:
6
1968
5,9
682
Documental. Musical
Tomando como trasfondo el panorama cultural de finales de los 60, Jean-Luc Godard nos ofrece en este documental un testimonio imprescindible de lo que se dio en llamar la contracultura occidental. Con un análisis profundo del movimiento de los Panteras Negras y con referencias a los trabajos de personajes tan relevantes como LeRoi Jones y Eldridge Cleaver, recorremos momentos significativos como una visita a los Rolling Stones en el ... [+]
1 de diciembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los estudios más recientes, las encuestas múltiples que se hacen periódicamente, siempre tienden a decirnos que cada vez más el mundo occidental evoluciona hacia unas creencias (o mejor dicho, no creencias) cada vez menos religiosas, en el que el ateísmo cada vez coge un testigo de mayor importancia. España, por ejemplo, un país que cuenta con un larga tradición católica (llegó a reclamar el título único de defensora del catolicismo) va dejando, entre las generaciones más jóvenes, de ser un testigo de vital importancia. Es un tema largo y complejo, pero lo que queda claro es que la sociedad medieval que giraba en torno a un único ser divino y omnipotente ha quedado totalmente desprestigiada. La ciencia ha ido substituyendo cada vez más las creencias religiosas y el escepticismo ha ido generado una sociedad que aparentemente ya no cree en los populares cuentos de brujas, duendes y diablos.
Obras como el códec Gigas, un manuscrito miniado de grandes proporciones, que según cuenta la leyenda fue elaborado en colaboración con el diablo (cuenta la historia que un monje hizo tratos con el demonio, y que para poder sobrevivir a la condena que le fue impuesto elaboró en menos de una noche una biblia ilustrada), siguen fascinando nuestro interés y nuestra imaginación, pero ya no causan el terror que ofrecían en su momento. Le sucede lo mismo a las pinturas de Luca Signorelli en la catedral de Orvieto, en las que pintó dos fascinantes historias, sobre el juicio final y sobre el anticristo. Es normal que la pasión con la que se hicieron las obras siga intrigando, aunque hayamos perdido la clave para interpretarlas plenamente, porque la mentalidad de la sociedad en la que se elaboraron dichas obras, con sus propios miedos y temores, haya evolucionado hacía otros derroteros. Pero esto no significa que nosotros ya no tengamos miedos, sino que los nuestros se han codificado de una manera muy diferente. Al fin y al cabo, nosotros también tenemos a nuestro propio anticristo, que ya nos enseñaba la película de la Profecía, realizada en el 1976 por Richard Donner. Un anticristo que no deja de ser el reflejo de nuestros propios temores. No es casual que el anticristo de la película de Donner sea encarnado en la figura de un niño, mientras que en las pinturas de Signorelli sea una imagen muy parecida a la de Cristo (respetando más la tradición bíblica).
El arte, como herramienta que sirve como expresión de un mundo interior así como el de una sociedad entera, ha ido reflejando esta lenta pero progresiva evolución. Esto daría para un libro inabarcable, pero queda claro que el arte medieval, enteramente dedicado a la religión (o por lo menos en un noventa y nueve por ciento) ha ido dejando paso a temáticas cada vez más profanas. No es momento ahora para hacernos eco de la lujuria con la que presentaban los pintores oficiales de los salones franceses sus desnudos, que simplemente se servían de los temas mitológicos para avanzados el siglo XIX ofrecernos una gran galería de temas profanos que poco tenían que ver ya con la religión. Por si fuera poco, la política y la religión parecen evolucionar, aparentemente, cada vez más de una manera desligada una de otra (y aquí hay que recordar figuras como la de Felipe II).
Y El siglo XX es la consolidación máxima de esta evolución laica. Las dos guerras mundiales, con sus millones de muertos dejan una Europa totalmente irreconocible. La URSS se confirma como un estado totalmente ateo. Estamos ante un siglo en el que toda la historia vista hasta entonces quedará volcada en un cóctel tremendamente explosivo que hará remover todos los cimientos culturales.
En los años sesenta del siglo XX todo empieza a cambiar. Es más que sintomático que estrellas populares de la escena de rock musical, empiecen a sentir simpatía por la figura del diablo. Simpatía por el diablo (Sympathy for the devil) es precisamente uno de los títulos de una de las canciones más importantes que Mick Jagger, el miembro principal de sus satánicas majestades (así es como se conoce uno de los discos de Los Rolling Stones). Si analizamos la letra de esta canción nos daremos cuenta que significan un cambio radical en cuanto a la iconografía tradicional del demonio. La canción llega a ensalzar la figura del diablo y Mick Jagger, ocultista reconocido aunque poco conocido, firmaría la banda sonora de una de las películas de Kenneth Anger, Invocation of my demon brother (creo que el título es bastante significativo de lo que nos podemos encontrar en dicha obra). Los Beatles, seguramente la otra gran banda de los años sesenta, ofendieron a la iglesia por muchas de las letras de sus canciones, así como una mítica frase que espetó John Lennon, uno de los componentes de la banda, al asegurar que ya eran más famosos que Cristo.
http://neokunst.wordpress.com/2013/12/01/simpatia-por-el-diablo/
Obras como el códec Gigas, un manuscrito miniado de grandes proporciones, que según cuenta la leyenda fue elaborado en colaboración con el diablo (cuenta la historia que un monje hizo tratos con el demonio, y que para poder sobrevivir a la condena que le fue impuesto elaboró en menos de una noche una biblia ilustrada), siguen fascinando nuestro interés y nuestra imaginación, pero ya no causan el terror que ofrecían en su momento. Le sucede lo mismo a las pinturas de Luca Signorelli en la catedral de Orvieto, en las que pintó dos fascinantes historias, sobre el juicio final y sobre el anticristo. Es normal que la pasión con la que se hicieron las obras siga intrigando, aunque hayamos perdido la clave para interpretarlas plenamente, porque la mentalidad de la sociedad en la que se elaboraron dichas obras, con sus propios miedos y temores, haya evolucionado hacía otros derroteros. Pero esto no significa que nosotros ya no tengamos miedos, sino que los nuestros se han codificado de una manera muy diferente. Al fin y al cabo, nosotros también tenemos a nuestro propio anticristo, que ya nos enseñaba la película de la Profecía, realizada en el 1976 por Richard Donner. Un anticristo que no deja de ser el reflejo de nuestros propios temores. No es casual que el anticristo de la película de Donner sea encarnado en la figura de un niño, mientras que en las pinturas de Signorelli sea una imagen muy parecida a la de Cristo (respetando más la tradición bíblica).
El arte, como herramienta que sirve como expresión de un mundo interior así como el de una sociedad entera, ha ido reflejando esta lenta pero progresiva evolución. Esto daría para un libro inabarcable, pero queda claro que el arte medieval, enteramente dedicado a la religión (o por lo menos en un noventa y nueve por ciento) ha ido dejando paso a temáticas cada vez más profanas. No es momento ahora para hacernos eco de la lujuria con la que presentaban los pintores oficiales de los salones franceses sus desnudos, que simplemente se servían de los temas mitológicos para avanzados el siglo XIX ofrecernos una gran galería de temas profanos que poco tenían que ver ya con la religión. Por si fuera poco, la política y la religión parecen evolucionar, aparentemente, cada vez más de una manera desligada una de otra (y aquí hay que recordar figuras como la de Felipe II).
Y El siglo XX es la consolidación máxima de esta evolución laica. Las dos guerras mundiales, con sus millones de muertos dejan una Europa totalmente irreconocible. La URSS se confirma como un estado totalmente ateo. Estamos ante un siglo en el que toda la historia vista hasta entonces quedará volcada en un cóctel tremendamente explosivo que hará remover todos los cimientos culturales.
En los años sesenta del siglo XX todo empieza a cambiar. Es más que sintomático que estrellas populares de la escena de rock musical, empiecen a sentir simpatía por la figura del diablo. Simpatía por el diablo (Sympathy for the devil) es precisamente uno de los títulos de una de las canciones más importantes que Mick Jagger, el miembro principal de sus satánicas majestades (así es como se conoce uno de los discos de Los Rolling Stones). Si analizamos la letra de esta canción nos daremos cuenta que significan un cambio radical en cuanto a la iconografía tradicional del demonio. La canción llega a ensalzar la figura del diablo y Mick Jagger, ocultista reconocido aunque poco conocido, firmaría la banda sonora de una de las películas de Kenneth Anger, Invocation of my demon brother (creo que el título es bastante significativo de lo que nos podemos encontrar en dicha obra). Los Beatles, seguramente la otra gran banda de los años sesenta, ofendieron a la iglesia por muchas de las letras de sus canciones, así como una mítica frase que espetó John Lennon, uno de los componentes de la banda, al asegurar que ya eran más famosos que Cristo.
http://neokunst.wordpress.com/2013/12/01/simpatia-por-el-diablo/
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Pero esto no son hechos aislados. Toda la cultura de los años sesenta se mueve en la misma dirección. En el cine tenemos el movimiento conocido como la nueva ola francesa, o Nouvelle vague en su idioma original, que inician los cineastas Jean Luc Godard y Francois Truffaut y que haría temblar los pilares del cine clásico. Y no es extraño que Godard, un director que siempre se haya confesado como un iconoclasta de lo antiguo, y que no ha tenido reparos en ensalzar la ideología comunista que profesa (en películas como la Chinoise 1967) se interese por la creación de la comentada canción de los Rolling Stones, elaborando un documental el 1968 (titulado de igual manera que la canción, Sympathy For the devil) que se convertirá en un estandarte de la contracultura. En el documental, además de ver a los Rolling creando la canción en su estudio, también veremos representaciones de los panteras negras (el movimiento que reclamaba mayores derechos para la población afroeamericana) así como diversos discursos políticos, en los que aparece el Vietnam.
Los Beatles especialmente, así como muchos otros grupos de estos años son los que acaban siendo pilares de lo que popularmente conocemos como movimiento Hippie. Millares de jóvenes norteamericanos que traicionan los ideales de sus generaciones precedentes para abogar por unas nuevas creencias que poco tienen que ver con el entorno en el que se desarrolla la política exterior de su país. Mientras unos abogaban por la paz y el amor libre, otros defienden el internacionalismo con el que Estados Unidos se embarca en acciones bélicas que dejarán severos traumas en la conciencia colectiva del país, como la guerra del Vietnam. Este movimiento contracultural, defiende precisamente unas ideas que se entremezclan con otras y que forman un tejido ambiguo. Si sus ideas de paz y amor pueden recordarnos al cristianismo primitivo, pero también se recuperan figuras como la de Alesteir Crowley, un brujo satanista que también profesaba una sexualidad liberada. Esta liberación de la sexualidad precisamente es la que hace que las autoridades más represivas traten de banalizar el movimiento, presentando a los jóvenes Hippies como unos simples maleantes en busca de sexo fácil. Y para acabar de añadir la guinda al pastel, el símbolo Hippie (la cruz de Nerón), que profesa la paz y el amor, es cogido por muchos satanistas, porque teóricamente representa la crucifixión invertida de Cristo. Esto va de lujo a muchos estandartes de la antigua moral para condenar al movimiento Hippie, relacionándolo incluso con los satanistas (¿no habíamos quedado en que los Hippies profesan la paz?).
Los Beatles especialmente, así como muchos otros grupos de estos años son los que acaban siendo pilares de lo que popularmente conocemos como movimiento Hippie. Millares de jóvenes norteamericanos que traicionan los ideales de sus generaciones precedentes para abogar por unas nuevas creencias que poco tienen que ver con el entorno en el que se desarrolla la política exterior de su país. Mientras unos abogaban por la paz y el amor libre, otros defienden el internacionalismo con el que Estados Unidos se embarca en acciones bélicas que dejarán severos traumas en la conciencia colectiva del país, como la guerra del Vietnam. Este movimiento contracultural, defiende precisamente unas ideas que se entremezclan con otras y que forman un tejido ambiguo. Si sus ideas de paz y amor pueden recordarnos al cristianismo primitivo, pero también se recuperan figuras como la de Alesteir Crowley, un brujo satanista que también profesaba una sexualidad liberada. Esta liberación de la sexualidad precisamente es la que hace que las autoridades más represivas traten de banalizar el movimiento, presentando a los jóvenes Hippies como unos simples maleantes en busca de sexo fácil. Y para acabar de añadir la guinda al pastel, el símbolo Hippie (la cruz de Nerón), que profesa la paz y el amor, es cogido por muchos satanistas, porque teóricamente representa la crucifixión invertida de Cristo. Esto va de lujo a muchos estandartes de la antigua moral para condenar al movimiento Hippie, relacionándolo incluso con los satanistas (¿no habíamos quedado en que los Hippies profesan la paz?).