Si bien la primera entrega de ‘El justiciero’, estrenada en el año 2014 era un remake de una serie de televisión, Fuqua y Denzel Washington consiguieron imponerle una impronta propia al relato, logrando una película convencional, pero con cierto encanto gracias a un personaje bien estructurado y una historia pequeña, de barrio, donde un aparente hombre común tomaba la justicia en sus manos para defender a una chica con la que había creado un vínculo afectivo.

Ahora, esta secuela deja en claro desde la secuencia inicial las intenciones de convertir esta historia en una saga, ubicando la acción en el ámbito internacional a bordo de un tren a donde el personaje de Robert McCall (Washington) acude a ajusticiar a un mafioso turco.

Ahora McCall rescata a personas al azar, conduce un taxi tipo uber y se ha cambiado de vecindario, mantiene una solida amistad con una de sus excompañeras (Melissa Leo que repite), además de un cliente anciano y un joven vecino al que apoya dándole trabajo pintando las paredes.

Cuando su amiga es atacada violentamente, McCall no descansará hasta hacer justicia por mano propia, pero ahora, a diferencia de la película anterior, sus métodos parecen ser un tanto más sofisticados.

El personaje que interpreta Washington da la sensación de ser otro respecto a la entrega anterior, un tipo atormentado que usaba herramientas simples y era más afrentoso, todo en medio de un contexto de un barrio donde se transmitía la calidez del vecindario, las relaciones se mostraban cercanas y entrañables, lo que justificaba las acciones de McCall.

Ahora, en el contexto de una presunta nueva saga, los justificantes quedan de lado y las subtramas no llegan a buen puerto, la historia tiene nuevos alcances inabarcables y el personaje mutó, todo en un relato pretendidamente más profundo pero narrado de manera desapasionada, todo más calculado acercándose al tedio, perdiendo las virtudes de su antecesora y volviendo todo más común y con poco atractivo.

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