Hace poco más de una década Eduardo Sánchez junto a Daniel Myrick, revolucionaban el género del terror y la forma de vender una película, con El proyecto de la bruja de Blair, ahora presenta en solitario La posesión de Molly, una película que no revoluciona nada.

Recién casada, Molly vuelve a la casa que fue de sus padres y pronto se da cuenta que algo extraño sucede en la casa, algo que remueve un pasado terrible que la hacen perder el control en sí misma.

A favor, habría que decir que Sánchez confía en su historia, en los climas que logra generar y la tensión resultante de un relato un tanto amodorrado pero que respeta su coherencia interna.

Además, prescinde de los tan socorridos golpes de efecto, busca generar el miedo a través de una atmósfera creada por la incertidumbre alrededor del personaje de Molly, y su constante degradación ante el extraño fenómeno al que se enfrenta.

Cada tanto hay ecos a la ya mencionada bruja de Blair en el uso de escenas filmadas con cámara en primera persona, un recurso que en el caso de la película que nos ocupa, aporta poco al desarrollo del relato.

A pesar de contar con interpretaciones sólidas, la película se pierde en explicaciones y se carga muy fuerte hacia el drama abandonando por largos momentos los climas conseguidos.