Pedro Lazaga, prolífico director durante el gobierno del General Franco, se especializó al final de la dictadura en películas del llamado destape, y ya en el ocaso del régimen se acercó al género vodevilesco con más o menos fortuna.
Por que pecamos a los cuarenta, no es de sus peores películas (las tiene mucho peores, pero no demasiado mejores) e incluso algunos apuntes tiene cierta gracia, pese a que el conjunto adolezca de ese acomplejante ideario que solía acompañar al genero, y que uno no sabe bien si respondía a convicciones ideológicas de productores, guionistas o directores, o era tan solo una manera de conseguir que la censura fuera un poco más permisiva.
Pese a todo las películas de Lazaga nunca fueron tan casposas como las de otros coetáneos como Ozores, Ramón Fernández, Jose Ramón Larráz y un largo etc... En su cine siempre se aprecia un buen sentido del ritmo, un erotismo algo pedestre pero no chabacano, y una ausencia de morbo barato (tan abundante en la época) que las convierte en cintas cuya visión puede o no gustar, pero que jamás causan la verguenza ajena de otras obras aparentemente similares.
Todo esto es aplicable a esta película, con buenos actores, un guión graciosillo y una dirección funcional pero bastante agil, que hace que pese a parecer hoy en día rodada en un país prehistórico, no le hacen a uno sonrojarse ante un pasado que era cualquier cosa menos idílico.