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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
7
Drama. Cine negro Charles Castle, un actor de Hollywood muy exigente consigo mismo, no está satisfecho de sus últimas interpretaciones. Por eso, cuando un productor le hace una tentadora oferta que él considera que dañaría su reputación, la rechaza. Pero el productor lo chantajea, amenazándolo con revelar hechos de su pasado que empañarían más su prestigio que el papel que le ha ofrecido. (FILMAFFINITY)
28 de diciembre de 2010
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quienes vimos de pequeños “Raíces profundas” difícilmente podremos separar nunca el nombre y el rostro de Jack Palance de los del infame pistolero Wilson, uno de los villanos definitivos de la historia del cine. Tanto en nuestra memoria como en nuestras pesadillas, Palance será siempre truenos y barro, un guante negro, una sonrisa helada y unos pómulos tallados a navaja que más que a un profesional del revólver parecen pertenecer a un auténtico e implacable ángel de la muerte. La de Jack Palance, lo dijo una vez Elia Kazan, era una cara que solo una madre sería capaz de amar.

Palance, sin embargo, y pese a sus limitaciones, fue un estimable actor, condenado por su aspecto físico, tan imponente como castigado por su paso por el boxeo y la Segunda Guerra Mundial, a papeles de malvado o de tipo duro, que no le permitieron, más que en contadas ocasiones, demostrar lo que él consideraba su auténtico talento interpretativo. Y uno sospecha, viendo la vehemencia con que interpreta a Charles Castle, un actor “que ha traicionado sus sueños pero no puede olvidarlos”, antaño idealista y reconvertido en estrella cínica y hastiada y encasillada en papeles de boxeador tan exitosos como banales, que algo hay en su trabajo en esta peli de reivindicación de su pasado como actor teatral en Broadway.

Aunque se trate de una agria exploración de la trastienda hollywoodiense, “El gran cuchillo” es, de hecho, la adaptación de una obra de Clifford Odets, cuyo origen teatral viene a explicar sus no pocos méritos y alguno de sus defectos. Incisiva, tensa, bien trenzada y ocasionalmente brillante, la peli de Aldrich plantea con crudeza el conflicto interior de un hombre atado por un secreto inconfesable a una vida de payaso sin alma tan confortable como autodestructiva. Sus buenas interpretaciones y afiladísimos diálogos, sin embargo, resultan a menudo demasiado envarados y faltos de naturalidad, revelando sus mal cerradas costuras teatrales y dándole a la peli cierto aire, más bien engorroso, de representación filmada. El amor de Aldrich por el exceso, que tan bien funcionaba en otras obras suyas, acaba siendo aquí un arma de doble filo: hay frases tan bien cinceladas y tanta expansión emocional que la indudable potencia trágica de su tramo final se ahueca y adelgaza hasta casi desaparecer. El exceso de artificio difumina el drama humano.

“El gran cuchillo” es, en todo caso, una peli muy disfrutable, que ofrece un descarnado y desolador retrato de la industria del cine, ese nido de víboras que no tolera el fracaso y del cual emerge, por méritos propios, el rostro de Rod Steiger como un retorcido y egocéntrico productor, abiertamente inspirado en los todopoderosos Harry Cohn y Lois B. Mayer y especializado en arrancar corazones y reducirlos a carne picada para las masas, que rebaja al pobre pistolero Wilson a la categoría de mindundi y que viene a recordarnos, por si no lo teníamos claro, quién maneja en realidad los hilos de ese sueño que llamamos cine.
Normelvis Bates
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