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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
7
Comedia A punto de casarse, el joven Carabel, empleado en una inmobiliaria, pide a sus jefes un aumento de sueldo, pero lo único que consigue es ser despedido. Se da cuenta entonces de que es la honradez lo que le ha llevado al paro y decide cambiar de vida y vivir al margen de la ley. (FILMAFFINITY)
24 de abril de 2010
42 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo decía Taylor a propósito de Tarzán y somos muchos quienes podemos corroborarlo. Hay toda una generación de cinéfilos que apenas ha pisado un cine-club, que no ha frecuentado espesas y solemnes tertulias presididas por santones sentenciosos y enciclopédicos, que no ha necesitado libros, revistas francesas o sitios web para conocer nombres, tendencias o filmografías. Nos bastó con un sofá, un par de canales de tele y algo de ese tiempo de la infancia que no sé si llamar tiempo, porque por aquel entonces ni sospechábamos siquiera que corría y transcurría y se iba para no volver.

Aquellas pelis que veíamos una y otra vez hasta sabérnoslas de memoria son, de hecho, uno de los pocos relojes que tuve en mi infancia. “Río de plata”, por ejemplo, es una peli que no he visto en más de treinta años, pero sé que era sábado y que llovía y que después salí a jugar, porque los únicos recuerdos que guardo de ella son un reproche de Thomas Mitchell al judas Flynn, el aire frío de la calle y el olor a tierra mojada. Errol Flynn significa sábado por la tarde en mi memoria, como Tarzán, los hermanos Marx, Gary Cooper, Spencer Tracy y Freddie Bartholomew, Alan Ladd, Elvis Presley, Martin y Lewis, John Wayne, Stewart Granger, James Stewart y tantos y tantos otros. Marilyn Monroe es también sábado, pero había que esperar a las ocho. Bogart, Cagney, Mitchum, Widmark o Edward G. Robinson suelen ser noche cerrada de miércoles. Burt Lancaster y Nick Cravat son un sábado de Navidad y un Scalextric nuevo y carreras del comedor a mi habitación, de las jarcias a los boxes. Hitchcock es casi siempre viernes, pero a veces es lunes e incluso algún sábado por la noche robado a la indulgencia de mis padres, como Peter Sellers, Steve McQueen o Ingrid Bergman: había que grabar “Casablanca” y el mocoso de la casa era el único que sabía cómo funcionaba el vídeo.

No sé cuántas pelis de Fernando Fernán-Gómez llegué a ver en aquellos años, casi siempre en miércoles y jueves. Le vi de cura y de futbolista, de bandolero y de militar, de diablo y de caballero del siglo XVII, de científico y de vendedor de cirios y enfundado en leotardos y recitando y redimiendo las astracanadas de don Pedro Muñoz Seca, pero hiciera lo que hiciera y por mala que fuera la peli en que saliera, uno no podía sino encariñarse con aquel tipo con cara de estropajo arrugado y voz de trabuco de cuya nobleza y honestidad todo el mundo parecía dispuesto a aprovecharse. No sé muy bien por qué, pero “El malvado Carabel” no es miércoles ni jueves, sino lunes por la noche, y aunque no es una gran película le guardo un enorme afecto. Ahí están Fernán-Gómez y un puñado de grandes secundarios y una buena y divertida historia de Wenceslao Fernández Flórez. Bien pensado, no habrá sido casualidad que la haya recuperado precisamente un sábado por la tarde, el día y la hora de la felicidad de aquellos días, cuando no existía el tiempo y aprendíamos a descubrir el mundo y el cine era la medida de todas las cosas.
Normelvis Bates
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