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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
9
Drama. Romance Nueva York, 1914. Para salvar a su hermano, que ha cometido un desfalco, Fanny Trellis (Bette Davis), una mujer egoísta que sólo se preocupa por su belleza, se ve obligada a casarse con Job Skeffington Claude Rains), el director del banco, un hombre poco atractivo y mucho mayor que ella, pero paciente y bondadoso. El matrimonio, concertado y sin amor, pasará por varias etapas en las que ambos verán pasar dos guerra mundiales, varios ... [+]
11 de diciembre de 2010
28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Supongo que todos libramos nuestras propias batallas y que muchos de nuestros odios o amores no son para otros más que simples manías o estúpidos errores. Será una manía o una perversión o un simple efecto de la edad, pero llevo tiempo embarcado en una cruzada en la que, ay, cada vez me siento más solo. Será, quién sabe, que se acerca Navidad y vuelve a rondarme de nuevo el síndrome de Scrooge.

Hay en el cine actual una irritante tendencia a tratar como niños o tontos a los espectadores, a subrayar groseramente las líneas maestras del argumento, al énfasis y la sobreactuación, a la cháchara sentenciosa o a los silencios falsamente profundos, a un concepto de drama que mezcla solemnidad e histeria, ajeno a todo roce con el humor y que, curiosamente, parece satisfacer a casi todo el mundo. Directores y guionistas son aplaudidos y premiados por sus, así llamadas, hirientes introspecciones en lo más profundo del alma humana. Actores y actrices pueden dar rienda suelta a su gran variedad de registros interpretativos, llorando y berreando y retorciéndose de pena o paseando una muy acongojada cara de acelga que refleja, dicen, su dolorosísimo suplicio interior. Críticos y espectadores, en fin, hablan de tragedias griegas y se hincan de rodillas ante tan pasmosas exhibiciones, en las que, lo siento, yo no puedo ver sino vacuidad y autocomplacencia y marionetas malcaradas ahogadas en sus propios mocos.

Tal vez ese desprecio por la contención y el humor expliquen por qué esta espléndida película languidece en votos y críticas y apenas cuenta para nada. “El señor Skeffington” empieza como una comedia frívola y desenfadada, con los pretendientes de Bette Davis amontonándose en su salita, gorroneándole los licores y despellejándose verbalmente entre ellos. El drama no tarda, sin embargo, en hacer acto de aparición, pero de modo sutil, elegante y veteado de humor, y aunque el tono general va oscureciéndose, nunca transcurren más de cinco minutos entre sonrisa y sonrisa. La narración es diáfana y se apoya en sugerencias y detalles, en gestos, miradas y sobreentendidos. Las actuaciones son extraordinarias, en especial la de un memorable Claude Rains, desbordante de entereza y dignidad. Hay escenas que son ejemplos extremos de delicadeza y emoción, en especial una, protagonizada por Rains y su hija en un restaurante y resuelta, como casi todo en la vida, entre risas y lágrimas.

Porque las risas, por descontado, pertenecen al drama de la vida tanto como las lágrimas y no impiden a esta peli cruzar dos guerras mundiales y el horror nazi y reflexionar acerca del paso del tiempo y de la vana pretensión humana de vencerlo, de la incapacidad de amar y de la incomunicación familiar, de la caducidad de la belleza y de la vejez y la soledad que devuelven los espejos cuando no hay máscara que nos cubra el rostro. Y todo ello sin trucos innobles ni tremendismo barato, sin la hueca y pueril trascendencia de tanta paparrucha enmascarada y sin espejo en que mirarse.
Normelvis Bates
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