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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Cine negro. Drama Con sólo catorce años, Tolly ve cómo cuatro encapuchados asesinan a su padre. Veinte años después, su único objetivo es encontrarlos para satisfacer sus deseos de venganza. (FILMAFFINITY)
17 de julio de 2019
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si no te gustan las películas de Sam Fuller, es que no te gusta el cine. O al menos no lo entiendes. Lo escribió en su día Martin Scorsese y no es difícil comprender por qué: la sombra de Fuller es alargada y poderosa, y no es extraño verla aparecer aquí y allí en las pelis de Scorsese y de muchos otros cineastas, de su misma generación y aun posteriores, sobre quienes ejerció una enorme influencia, no solo técnica sino también vital. Emocionaos y emocionaréis, vino a decirles Fuller, entre bocanada y bocanada de su inseparable habano. Nunca dejéis indiferente a nadie. Haced lo que creáis que tenéis que hacer. Disfrutad con vuestro trabajo. No hay término medio. Tomadme como soy o dejadme. Así era Fuller: el cine como pasión y pasión hecha cine.

No sé si “Underworld USA” es la mejor película de Fuller, pero es, sin duda, una de sus obras más redondas y uno de los ejemplos más representativos de su concepción del cine. Si cada escena rodada por Fuller, como dijo también en otra ocasión Scorsese, es como un puñetazo, los títulos de crédito son la campana inicial de un combate que en cuestión de segundos se convierte en una auténtica paliza, digna de “Toro salvaje”, una de las muchas pelis nacidas a su sombra. Arrinconado contra las cuerdas, el espectador asiste a la frenética narración de la trayectoria vital de Tolly Devlin mientras una lluvia de golpes cae sobre él: apenas ha pasado un minuto y le vemos robando, todavía adolescente; pasados cinco, en una escena memorable, le vemos contemplando el asesinato de su padre; a los diez, está entrando en prisión tras haber pasado antes por un orfanato y un reformatorio; al cuarto de hora, sin apenas resuello y con los ojos tumefactos y la nariz colgándonos de un hilo, le vemos junto al lecho de muerte de uno de los asesinos de su padre, arrancándole los nombres del resto de responsables del crimen.

Lo que viene después del primer asalto es la historia de una venganza en la que Fuller despliega todos y cada uno de sus inconfundibles rasgos estilísticos: su febril y fluido ritmo narrativo, su impresionante capacidad de síntesis y sugerencia, su brusco y a la vez sutil manejo de la cámara, su mirada desencantada e iracunda al submundo de una sociedad encantada de haberse conocido, en la que los delincuentes son ciudadanos respetables que nadan en piscinas de dólares, fruto de la corrupción, la brutalidad y el sufrimiento ajeno, mostrados por Fuller con cruda concisión y sin efectistas aspavientos. Hay mujeres golpeadas y niñas atropelladas y gángsters asados vivos, y hay, por encima de todo, un hombre poseído por una pasión sin la cual es incapaz de concebir la vida, que le impide corresponder a quienes le aman y solo encuentran en sus besos el sabor de la muerte y cuya consumación no puede sino mandarle de regreso a donde todo empezó: un callejón, una cicatriz y un chico furioso, encaramado a un coche fúnebre.

Una pasión tan poderosa, supongo, como el amor de Sam Fuller por el cine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Normelvis Bates
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