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Voto de Morelli:
7
7,1
28.102
Drama
Cochabamba, Bolivia. Año 2000. Sebastián (Gael García Bernal) y Costa (Luis Tosar) se han propuesto hacer una película sobre Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Mientras que Sebastián, el director, pretende desmitificar al personaje presentándolo como un hombre ambicioso y sin escrúpulos; a Costa, el productor, sólo le importa ajustar la película al modesto presupuesto del que disponen; precisamente por eso elige Bolivia, ... [+]
8 de enero de 2011
78 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine dentro del cine, bien contado, siempre cautiva.
Que hacer cine es contar una historia a pesar de la misma historia, los actores, los personajes y de cualquiera que se meta por medio, es algo inherente desde el primer fotograma de la película. Se masacra en nombre del cine igual que se masacró al indio en nombre de dios. Es la hipocresía que justifica todo daño en virtud de un destino superior, una verdad mayor y un mensaje universal, que redimirá y conmoverá a todos los que vean el resultado final, incluso a aquellos a los que se ha hecho la puñeta mientras se creaba el maravilloso mensaje.
Como decían los profes tras darte una ostia: Ya me lo agradecerás cuando seas mayor.
La historia, entrelazada de finas capas de realidad ficcionada y ficción histórica, que se va tornando real a medida que los indios se sublevan en su guerra del agua, está medida, sin exageraciones, para crearte un nudo imposible en el estómago. Los ensayos de los actores que hacen de actores, su idealismo cínico, las comilonas después de rodar masacres, la épica banda sonora de Alberto Iglesias. Todo se empasta y se imbrica con delicadeza bajo el mando de una directora de actores como hay pocas. La película no deja hueco para que no entiendas de lo que va y no hay despiste posible en este intento de atemporalizar la sumisión y la sublevación.
Podría ser una obra de arte pero ahí llegan, para variar, los diez minutos finales.
Que hacer cine es contar una historia a pesar de la misma historia, los actores, los personajes y de cualquiera que se meta por medio, es algo inherente desde el primer fotograma de la película. Se masacra en nombre del cine igual que se masacró al indio en nombre de dios. Es la hipocresía que justifica todo daño en virtud de un destino superior, una verdad mayor y un mensaje universal, que redimirá y conmoverá a todos los que vean el resultado final, incluso a aquellos a los que se ha hecho la puñeta mientras se creaba el maravilloso mensaje.
Como decían los profes tras darte una ostia: Ya me lo agradecerás cuando seas mayor.
La historia, entrelazada de finas capas de realidad ficcionada y ficción histórica, que se va tornando real a medida que los indios se sublevan en su guerra del agua, está medida, sin exageraciones, para crearte un nudo imposible en el estómago. Los ensayos de los actores que hacen de actores, su idealismo cínico, las comilonas después de rodar masacres, la épica banda sonora de Alberto Iglesias. Todo se empasta y se imbrica con delicadeza bajo el mando de una directora de actores como hay pocas. La película no deja hueco para que no entiendas de lo que va y no hay despiste posible en este intento de atemporalizar la sumisión y la sublevación.
Podría ser una obra de arte pero ahí llegan, para variar, los diez minutos finales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No se puede redimir a un amoral productor de cine, a diez minutos de acabar la peli, con una decisión vital repentina (quiero decir que no se puede en una buena película; en cierto cine americano se hace constantemente) Entonces entran las prisas y se empieza a correr por las calles, pasar controles gracias a la mujer que te dijo que sólo te dejarían pasar a ti, salvar a la niña, salir corriendo de nuevo a salvar al padre y acabar siendo sorprendido por éste (¿ha pasado el tiempo?), con el rostro impoluto y la ropa limpia después de haber estado recibiendo su sueldo en bofetadas durante una hora y media.
Y allí, en una nave vacía, se abrazan y se juran recuerdo eterno y amistad. Y el indio le regala al productor una cajita enlazada que esconde una metafórica botellita de agua semejante al After Shave de Massimo Dutti que me han traído los reyes.
No se puede. Qué pena. Pero así se gana un Oscar.
Y allí, en una nave vacía, se abrazan y se juran recuerdo eterno y amistad. Y el indio le regala al productor una cajita enlazada que esconde una metafórica botellita de agua semejante al After Shave de Massimo Dutti que me han traído los reyes.
No se puede. Qué pena. Pero así se gana un Oscar.