Historia con algunos detalles autobiográficos –Kim emigró a Francia, donde pintó para ganarse la vida– sobre una extraña amistad que nace entre dos coreanos inmigrantes. El amor y la necesidad de dinero para obtenerlo les llevará a introducirse en el peligroso mundo de la mafia, en el que la traición está a la orden del día.

Lo de la música ridícula es una constante en sus primeros trabajos, que siempre son empeorados por la falta de presupuesto. Pero teniendo en cuenta el poderoso estilo de Kim, esto no es un inconveniente importante.
El guión es bastante bueno, uno de los escritos por él que más posibilidades tenía, que más se aproxima al cine occidental, pero no termina de estar bien pulido. Se empeña en meter su violencia grotesco-poética en una historia que no lo necesitaba, que quizás habría quedado mucho mejor si el director hubiera sido otro. Introduce pistas que hacen que algunos sucesos de la excesivamente alargada y enrevesada parte final sean totalmente predecibles –por ejemplo lo del Rolex–.
Aunque posiblemente haya más sangre y más erotismo que en otras de sus películas, parece que hay menos violencia simplemente porque todo tiene una justificación menos extravagante.

Me parece una película con grandes momentos, admirable si tenemos en cuenta el presupuesto y la escasa experiencia del realizador cuando la hizo.