Con las películas que hemos visto de adolescentes pueden pasar varias cosas si las revisitamos muchos años después. Algunas que entonces no entendimos del todo, ahora nos ofrecen nuevas perspectivas. Otras que nos emocionaron o nos hicieron reír, en el presente puede que ya no tengan el mismo efecto o con la misma intensidad. Luego están las que nos parecieron entonces un rollo y ahora nos lo sigan pareciendo, por mucho que tuviéramos esperanzas de que nuestro bagaje actual nos hiciera ver cosas que entonces no vimos.Esta es de esas últimas, al menos en mi caso. Cuando la vi, los problemas y angustias de un viejales que solo hacía que hablar todo el rato, me quedaban muy lejos. Ahora que tengo una edad parecida, cabía la esperanza de que entendiera mejor al personaje, pero no, me sigue pareciendo un plasta. Y es que el título es ya muy expresivo: Las palabras de Max. Y la primera escena lo cuenta ya casi todo: ¿a quién se le ocurre llamar a un profesor después de 30 años para continuar una conversación sobre ética y teología? El hombre está más solo que la una y no es para menos: no hay quien le aguante. Y eso que le salen novias jóvenes y de buen ver, pero las espanta con tanto interrogarlas sobre sí mismo y sobre el sentido de la vida. Solo su hija le escucha, más por obligación filial que por otra cosa. Por cierto, la interpretación de Gracia Querejeta es lo mejor de la película,
pues tiene una naturalidad adolescente nada engolada. Seguramente se pretendía mostrarnos el retrato del intelectual que no vive por tratar de entenderlo todo. Es un personaje muy de aquellos tiempos en que en este país se empezaba a poder pensar por cuenta propia. En ese sentido tiene un pase, si lo encuadramos en la época. Pero le falta credibilidad, naturalidad y garra.