Nobuko supone, de nuevo, una reflexión sobre la educación y sobre la responsabilidad de la enseñanza, pero aunque focalice toda su atención en el cuerpo de profesores (la acción transcurre en un colegio), la conclusión final es menos reduccionista y se resume en una idea básica que debemos tener muy presente: la educación empieza en casa, y se nutre de afecto y comprensión.

Shimizu narra los avatares de esa profesora novata enfrentada a una niña problemática con el objetivo de llegar a ese resquicio de soledad que surge, inexorable, como reflejo de un profundo déficit de atención y cariño. Esta misma temática la exprimirá más concienzudamente en su posterior Introspection Tower, demostrando que su preocupación por el crecimiento del individuo va a ser la principal luz que guíe su obra.

Ahí radica su mayor mérito, en dar voz a los más pequeños para que los podamos entender. Es la mirada de un autor fascinado por la pureza (y la fragilidad) de la infancia y por la forma tristísima en que ésta desaparece. En Nobuko la formulación de este discurso es excesivamente simplista -algo patente en una resolución que resume verbal e innecesariamente el alma de la película- pero lo que prevalece es la belleza y sinceridad del lenguaje de su creador, niño sabio atrapado en el cuerpo de un adulto.