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Voto de charles:
9
7,1
14.688
Drama
En una pequeña ciudad del Norte de Italia, vive apaciblemente una familia formada por los padres (Giovanni y Paola) y dos hijos adolescentes: Irene, la mayor, y Andrea, el pequeño. Giovanni es psicoanalista. En su consulta, situada al lado de su apartamento, sus pacientes le confían sus neurosis, que contrastan con la calma de su propia existencia. Su vida se rige por una serie de costumbres o aficiones: leer, escuchar música, aislarse ... [+]
14 de septiembre de 2005
83 de 91 usuarios han encontrado esta crítica útil
En La habitación del hijo (La stanza del figlio, 2001), última película hasta el momento de Nanni Moretti, se representa una tragedia humana de tal envergadura, la muerte de un hijo, que se hace dueña y señora de su primer visionado y, por lo tanto, de su núcleo argumental en la transmisión boca a boca del mismo.
Sin embargo, por lo que respecta a ese hecho, la película no ofrece nada nuevo: se muere un hijo y, de la misma forma que había un antes, habrá también un después. Es algo incomprensible, pues parece decirnos que la vida del hijo no valía nada, pero esto es algo que Moretti filma con meridiana claridad y a lo que no dedica más atención de la necesaria: el dolor de la familia, el sentido de culpabilidad por lo que pudo haber ocurrido para que esa muerte no ocurriese, la difícil digestión del consuelo religioso, la reflexión sobre lo inesperado…
¿A qué dedica, entonces, su atención? Pues nada más y nada menos que a la luz que esa muerte ofrece sobre la vida. Pero no se trata en este caso de una luz revalorizadora, de una luz que nos advierta de la fragilidad de la vida y, por tanto, del mimo que exige su disfrute. No. Se trata aquí de una luz indagadora, de una luz que al multiplicar por infinito la complejidad del ser humano es capaz de llevar la muerte al plano estrictamente individual, extirpando la tragedia de los corazones que se quedan para llevarla a una tierra de nadie, en medio de la vida misma.
La habitación del hijo se construye a partir de una metáfora central, que se enuncia en su título: la habitación del hijo es el corazón del hijo, el inaccesible reducto de intimidad de todo ser humano a salvo de los otros.
Sin embargo, por lo que respecta a ese hecho, la película no ofrece nada nuevo: se muere un hijo y, de la misma forma que había un antes, habrá también un después. Es algo incomprensible, pues parece decirnos que la vida del hijo no valía nada, pero esto es algo que Moretti filma con meridiana claridad y a lo que no dedica más atención de la necesaria: el dolor de la familia, el sentido de culpabilidad por lo que pudo haber ocurrido para que esa muerte no ocurriese, la difícil digestión del consuelo religioso, la reflexión sobre lo inesperado…
¿A qué dedica, entonces, su atención? Pues nada más y nada menos que a la luz que esa muerte ofrece sobre la vida. Pero no se trata en este caso de una luz revalorizadora, de una luz que nos advierta de la fragilidad de la vida y, por tanto, del mimo que exige su disfrute. No. Se trata aquí de una luz indagadora, de una luz que al multiplicar por infinito la complejidad del ser humano es capaz de llevar la muerte al plano estrictamente individual, extirpando la tragedia de los corazones que se quedan para llevarla a una tierra de nadie, en medio de la vida misma.
La habitación del hijo se construye a partir de una metáfora central, que se enuncia en su título: la habitación del hijo es el corazón del hijo, el inaccesible reducto de intimidad de todo ser humano a salvo de los otros.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Andrea, el hijo muerto, avisa en vida de que más allá de carreras, paseos, comidas y risas compartidas, hay dentro de él algo imposible de compartir. Es, por ejemplo, una simple mentira de colegial, cuya posible existencia inquieta al padre. Pero lo esencial aquí es que esa inquietud no deriva de la posibilidad de haber sido engañado por el hijo, sino de la sospecha de que todo su afán de proximidad hacia el hijo (paseos, risas, viajes…) sólo le ha llevado a acercarse nada más que a la epidermis de su ser.
Por eso, cuando ya muerto la madre descubre que una vez hubo una chica, la tragedia se difumina en el interior de la familia y, como una presencia, el hijo reaparece en toda su individualidad, ajeno a ellos…, siendo dueño y señor de su muerte, una parte más de su vida, a la que también tuvo que enfrentarse a solas en una gruta en el fondo del mar.
Así, pues, una mentira y una novia estaban en el corazón del hijo, y padre, madre, hermana…lo más próximo… no lo sabían… El padre entra en la habitación del hijo en busca de la mentira y sale vacío de ella; la madre entra en la habitación del hijo en busca de la novia y sale también vacía de ella, pues el corazón del hijo es el reducto inviolable de su ser. La habitación del hijo es, pues, una advertencia. Una advertencia de que la libertad individual existe y de que nuestro conocimiento de los demás es siempre limitado: lo que no conocemos y apenas sospechamos también existe.
Por debajo de ese neorrealismo actual tan del gusto de Nanni Moretti, la película hace uso de un retoricismo sutil y efectivo. Aparte de la metáfora central ya comentada, dos motivos argumentales tienen implicaciones profundamente simbólicas. En primer lugar, la media docena de pacientes del padre, todos ellos con problemas psicológicos de la más variada condición, le advierten a él y nos advierten a nosotros de la inalcanzable tarea de penetrar en el interior de los otros. En segundo lugar, el viaje hacia la frontera con la chica de Andrea (que ya está con otro amigo…), un último paseo con el hijo muerto que, finalmente, se perderá en la lejanía en un rincón inescrutable del corazón de su amiga.
Llegados a ese fin definitivo, la última escena, memorablemente subrayada por una música muy presente en la película, nos muestra a tres seres (padre, madre, hija) solos frente al mar, ensimismados, juntos aún pero conscientes de su autonomía frente a la vida y la muerte.
Por eso, cuando ya muerto la madre descubre que una vez hubo una chica, la tragedia se difumina en el interior de la familia y, como una presencia, el hijo reaparece en toda su individualidad, ajeno a ellos…, siendo dueño y señor de su muerte, una parte más de su vida, a la que también tuvo que enfrentarse a solas en una gruta en el fondo del mar.
Así, pues, una mentira y una novia estaban en el corazón del hijo, y padre, madre, hermana…lo más próximo… no lo sabían… El padre entra en la habitación del hijo en busca de la mentira y sale vacío de ella; la madre entra en la habitación del hijo en busca de la novia y sale también vacía de ella, pues el corazón del hijo es el reducto inviolable de su ser. La habitación del hijo es, pues, una advertencia. Una advertencia de que la libertad individual existe y de que nuestro conocimiento de los demás es siempre limitado: lo que no conocemos y apenas sospechamos también existe.
Por debajo de ese neorrealismo actual tan del gusto de Nanni Moretti, la película hace uso de un retoricismo sutil y efectivo. Aparte de la metáfora central ya comentada, dos motivos argumentales tienen implicaciones profundamente simbólicas. En primer lugar, la media docena de pacientes del padre, todos ellos con problemas psicológicos de la más variada condición, le advierten a él y nos advierten a nosotros de la inalcanzable tarea de penetrar en el interior de los otros. En segundo lugar, el viaje hacia la frontera con la chica de Andrea (que ya está con otro amigo…), un último paseo con el hijo muerto que, finalmente, se perderá en la lejanía en un rincón inescrutable del corazón de su amiga.
Llegados a ese fin definitivo, la última escena, memorablemente subrayada por una música muy presente en la película, nos muestra a tres seres (padre, madre, hija) solos frente al mar, ensimismados, juntos aún pero conscientes de su autonomía frente a la vida y la muerte.