Al igual que Spielberg tiene su Williams, Burton su Elfman, Anderson su Desplat, Nolan su Zimmer y Segura tenia al Fary, Damien Chazelle ha hecho buenas migas con su compañero de universidad Justin Hurwitz.

El estilo de Williams es inconfundible y es difícil tararear una sin que te salga otra que no esperabas. Elfmann tiene un estilo electrónico noventero, Desplat es un chiflado que se niega a utilizar instrumentos clásicos y Zimmer quiere reventar los tímpanos a todos los que escuchen sus canciones. Hurwitz parecía encaminado a seguir un estilo clásico y musical, pero no.

Al parecer algún iluminado en Hollywood le advirtió a esta pareja que podían encasillarse haciendo musicales o películas sobre música, aunque solo llevaran 2 largos a sus espaldas. Para evitar esto han decidido cambiar de estilo, pero no han elegido la comedia o el drama ligero, han dado toda la vuelta al espectro de géneros del cine y han encontrado uno de los más extremos: El biopic patriótico americano.

No solo han cambiado el estilo, sino que han abandonado cualquier técnica o habilidad aprendida hasta ahora.

Chazelle ha hecho una película entera con zooms +++ y planos no más amplios de media habitación. En la edición tuvieron que hacer más zoom todavía para que cuando Gosling llorase pudiéramos verle cada poro de su cara, porque los medios técnicos eran incapaces de incomodar más a los actores.

Por su parte Hurwitz ha abandonado a toda la orquesta y ha apostado por los dos instrumentos más apreciados por la sociedad: el arpa y el theremin. Sendos solos de estos instrumentos llenan el vacío que ha creado Chazelle de largos silencios y personajes sosos que prefieren expresar sus sentimientos con introspección y llantos que con palabras e imágenes.

Pero fuera de este nuevo “estilo” están las imágenes espaciales. Chazelle nos deleita con largas y extenuantes escenas de naves flotando fuera de la atmósfera al más puro estilo Kubrick, quizás en referencia a la verdadera historia de la llegada a la Luna.

Especial mención merece una “apasionante” escena de cerca de 10 minutos en la que la lanzadera está girando a velocidad absurda mientras nos ciega con reflejos del sol a través de los ventanucos y Hurwitz mientras tanto, homenajeando a Zimmer en “Dunquerque”, “Interstellar”, “Origen” o “Call of Duty: Modern Warfare 2” tira los platillos al suelo, rompe el parche de los timbales y crea un caos en busca del ataque epiléptico.

En general parece una película rodada por unos indies kazajos antisistema sobre un drama adolescente road movie en el centro-sur de EEUU, en un idioma asiático indescifrable con subtítulos en inglés, pero no. En realidad, es una película biográfica con poco interés debido a la cercanía en el tiempo del hecho en cuestión, que nos presenta a los astronautas como hombres que arriesgaban su vida por la pura exploración espacial y que dejaban familias y vidas enteras en el intento. Aunque Chazelle nos mete alguna escena por detrás de protestas contra el presupuesto absurdo de la NASA para jugar a los avióncicos nunca se centra demasiado en un asunto tan espinoso prefiriendo escenas magníficas de Armstrong pisando la “Luna” o el rostro de Gosling hasta reflejado en el tazón de los crispies.

En una esquina del cuadrilátero tenemos el puro entretenimiento: superhéroes en calzoncillos, Dwayne Johnsonn salvando al mundo, etc. En el otro esto.