Tiene alguna importancia porque se trata de una de las primeras películas de terror españolas, junto con "Ella y el miedo" y "La cara del terror". Fue filmada en color cuando el género nacía en España, hacia principios de los sesenta. El argumento resulta interesante, pues se centra en la venganza de un hombre convertido en monstruo al quemarse el rostro por culpa de su amante.
El ritmo es desigual y no se corresponde con el mejor pulso narrativo de Julio Coll, el exhibido en otros films policíacos como "Distrito Quinto" o "Los muertos no perdonan". El guion sufre desniveles. Cansa un tanto en el relato amoroso y se anima en las secuencias de los incendios. El desenlace es coherente, pero estéticamente pobre. A pesar de ser una coproducción hispano-norteamericana distribuida internacionalmente se queda en un digno producto B al que le falta garra para ser una buena película.