Sorprende la calidad de esta película desconocida y más porque se trata de una muestra de un estilo de cine difícil, tan difícil que hoy ha desaparecido.
Estamos ante una historia moralista, que defiende la integridad de la conciencia hasta extremos aparentemente fanáticos. Querer cumplir una promesa que exige la pérdida de la propia fortuna y de todo lo que uno posee parece irracional. Más aún si tal promesa se le ha hecho a Dios.
Y en esto consiste el excelente guion, en el drama que vive un empresario(Alberto Closas) que ante la casi segura muerte de su mujer y su hijo, completamente desesperado, promete a Dios entregar a los necesitados todo lo que posee si su familia se salva.
El conflicto surge cuando, tras intentar no cumplir dicho promesa, cada accidente que sufre le hace creer que Dios le castiga y, atemorizado, acaba regalando su dinero, su empresa, su piso, todo. Por supuesto, ni su mujer ni su suegro, ni nadie, salvo un sacerdote, le entienden. Y le llevan a juicio acusándole de haber perdido la razón.
El mérito del film está en el ingenio con que se salva un argumento tan peligroso. La buena creación de personajes, la naturalidad de los diálogos y el sólido pulso narrativo de Miguel Iglesias permiten creerse la historia e incluso entusiasmarse con ella.
Mezcla de fantasía y realidad, con un ambigüo personaje que parece un enviado del cielo, pertenece a esa clase de films norteamericanos representados por "De ilusión también se vive". Y en cuanto al egoísmo de la familia recuerda "La muralla", de Luis Lucía.