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España España · C/ Mía, nº 3, 1º A
Voto de Dromedario:
8
Drama. Romance Un viejo payaso (Charles Chaplin), después de evitar el suicidio de una joven bailarina (Claire Bloom), no sólo la cuida, sino que, además, se ocupa de enseñarle todo lo que sabe sobre el mundo del teatro para hacerla triunfar. Último y melancólico film americano de Chaplin. (FILMAFFINITY)
2 de diciembre de 2008
28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entró en el teatro observando las paredes agrietadas, las sillas plegables y el olor a viejo que desprendían las cortinas de la entrada; ocupó su asiento a regañadientes -cómo era posible que el periódico lo enviara allí para escribir sobre ese espectáculo- y extrajo del bolsillo de la chaqueta la pluma estilográfica con la que tantas críticas había firmado; abrió el cuaderno y escribió en la parte superior de la hoja: “Teatro Decadencia. Hora: 20:30. Actuación de dos viejos payasos (o dos payasos viejos). Por los rasgos de los clowns seguramente lo de siempre: humor desfasado, caídas previsibles, gags impotentes”.



Se atusó el bigote y resopló por segunda vez en la escena que daba inicio a la representación. A su izquierda un grupo de niños acompañados de sus padres reían, sin parar. Fijó su atención en el chico rubio que señalaba la cara apenada de uno de los actores y por primera vez sonrió. Decidió hacer sus primeras anotaciones en la libreta: “Coreografía correcta, payasos bailarines con adecuada compenetración, emoción mejorable. Una sonrisa, cero carcajadas”.



Al acabar la función se atusó de nuevo el bigote y frunció el ceño, se había equivocado; apuntó: “Sonrisas amargas: incontables. Carcajadas: cero”. Por la forma acelerada de los movimientos y el fascinante poder del número supo, finalmente, que aquella actuación era otra cosa, que la risa iba en otra dirección, que había presenciado algo grande y diferente, indefinible; lo primero que le vino a la mente fue magia y lo escribió: “Sin aviso apareció la magia en el escenario. Desaparecida durante tanto tiempo, hoy, ha renacido”, para posteriormente añadir: “Lágrimas evaporadas, melancolía pura y sin fisuras”; y guardó la pluma tras tachar alguno de los comentarios anteriores correspondientes al comienzo de la obra.



Mientras recogía el abrigo contempló los ojos llorosos de uno de los intérpretes; tras la vista nublada se intuía un adiós, un punto y final a un personaje, a una vida.



Adiós, y él también se despidió.
Dromedario
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