Más cercana a los Power Rangers que a Mad Max, "Tubo Kid" se nos presenta como el súmmum apocalíptico, como la búsqueda de un agua que, al encontrarla, nos revienta en la cara con su tufo pútrido y vacío. Esta película canadiense (y siendo benévolo con lo de película) alterna la cáustica vena humorística con un gore explicado a golpes de martillo y con efectos especiales dignos de La Bola de Cristal y los Electroduendes, en donde muñecos que parecen muñecos son despedazados y desmembrados sembrando el estéril suelo de algún solar de Ontario de una masa que puede ser cualquier cosa menos sangre. Las interpretaciones devienen en un símil de representaciones actorales de un colegio en su fiesta de fin de curso y la música machacona que intenta ser guay a base de recuerdos y revivals no es más que el aliciente atemporal de un producto condenado a la sed, nunca mejor dicho.

La historia se consigue enlazar por aquellos que no hayan optado por dejar de verla a través del protagonista, un incapaz que no consigue hilvanar a derechas el cuento triste de su vida: unos padres que desaparecieron a causa de un villano que da de todo menos miedo y respeto. El holocausto que produce semejante sequía queda obviado, ¿para qué explicarlo? Es más, ¿qué más da? Y la mezcla de gratuidades (robots entre robots, el western, la aventura apocalítica, etc) no es más que otro garrafal error dentro de un cúmulo de errores.

Pero eso sí, con una nota media que dan ganas de ir al psiquiatra...