Lo recuerdo vagamente, muy vagamente. Tenía tan sólo siete añitos y adolecía, lógicamente, de cualquier atisbo de conciencia política.

Paquito se resistía a estirar la pata y su lenta agonía mantenía en vilo a todo un país. Bajo una tensa calma, hasta los más pequeños percibíamos un ambiente enrarecido. El miedo, la incertidumbre y la esperanza se entremezclaban furtivamente mientras demócratas y acólitos del régimen se miraban de soslayo. Tal vez esa imagen sesgada y nebulosa sea precisamente la gran responsable de haber alimentado durante mucho tiempo, en mis recuerdos más recónditos, una fascinación casi absoluta por todo lo que tiene que ver con ese crepuscular y raído período de la historia del estado español: los últimos coletazos del franquismo.

Huelga decir, por consiguiente, que precisamente por ello abordé “20-N” con esa aquiescencia y morbillo que me embarga cada vez que tengo ocasión de paladear las crónicas, testimonios y pormenores de esos días en los que todo el mundo estaba pendiente de qué sucedería inmediatamente después de que el caudillo exhalara su último estertor.

“20-N” constituye, en este sentido, un documento histórico interesante gracias a la eficaz recreación del dramón médico, a la verosimilitud con la que se tratan los acontecimientos, a una adecuada puesta en escena y a la correctísima interpretación de sus protagonistas. De todas maneras, pese a la truculenta satisfacción que siempre me reporta olfatear el tufillo a cadáver de infames personajes como el que nos ocupa, he de reconocer que la TV-movie de Bodegas no obtiene mayor número de estrellitas por mi parte debido a determinados lastres narrativos que le restan envergadura y que lo convierten en un producto ‘únicamente’ interesante. Me refiero a cierta lentitud en algunos tramos, a cierta rigidez y excesivo didactismo en los diálogos y a cierto tufillo panegírico hacia la figura de Juan Carlos que no acaba de colar del todo. Aún así, productos como éste contribuyen a refrescar la cacareada memoria histórica y constatan evidencias tan palmarias como que ‘nuestro’ Jefe de Estado actual lo es por expreso deseo del mismísimo Francisco Franco Bahamonde. Y es que hay herencias que matan. Palabra de republicano.